Perdón por la broma del título, que hace referencia a una serie ya difunta, cutre y estúpida, de Antena 3 ("la pena 3", Máximo Pradera dixit). No la vi jamás, pero el título me parece muy apropiado. Empecemos por decir que Stallone es uno de esos sujetos que aunque a veces te parecen de vergüenza ajena, en el fondo siempre los consideras unos fenómenos. Y sí, Stallone es un crack de la profesión. O "prafezión", como Alfredito Landa dijo en su discurso al recoger el Goya honorífico. Se le puede reprochar que haya exprimido la puta saga hasta convertirla en un surtido de pelis de serie Z, con portadas a los Street Fighter, y que los 3 Oscars que ganase la primera se hayan ido al garete porque se haya cagado encima de ellos (Imagináos esta imagen, un Stallone ya maduro, sonriente y de cuclillas, murmurando cosas en inglés y haciendo fuerza, ¡¡¡¡jajaja!!!) Y que sea republicano. Y que haya trabajado en cosas escandalosamente malas, como El protector o Driven. Pero si nos referimos únicamente a esta primera secuela de Rocky, el boxeador tarao y medio imbécil, pero humilde y afectuoso con su gentuza, la cosa es bien diferente. Vale, tampoco no era necesaria, pero por lo menos no es una película de boxeo banal, con muchas hostias y poca trama.
Aquí vemos como al bueno de Rocky, sombrero en ristre, le echan de todos los curros y como en verdad su carisma se va a la mierda una vez la gente se ha olvidado de su glorioso (aunque no victorioso) combate contra ese otro crack que es Apollo Creed, un negro con bigote, como dios manda. Y veremos muchas otras cosas, pero vaya, lo que quiero decir es que no sólo es pelear y pelear sino que también te explican cómo es la tribulada vida de este locuelo boxeador de boca torcida y huevos bien puestos (con perdón).
Pero si queréis ver una buen peli de boxeo y sentimientos de decadencia, no os perdáis
Raging Bull, cuya BSO estoy escuchando ahora mismo y está a punto de hacerme llorar como a un chiquillo.