Nicolas Cage es un pedazo de actor, aunque seguramente lo suyo es gracias al enchufismo (y no al despotismo ilustrado) podemos decir que es uno de los grandes. En esta pinícula del infame Schumacher, un rebelde de no sé qué de Jollibú, Cage hace de un detective detectivesco, o de un policía poli si se prefiere, que pasa de vérselas con cuatreros pincha bravas a enfrentarse a sus demonios y a un caso enfermizo de pornografía demencial y decadente, donde no es oro todo lo que reluce... O sea, no todo es oro porno. La premisa parece interesante y lo es, pues este horror de las películas snuff nunca se había convertido en el tema de un thriller. Pero como siempre Schumacher resbala, y se da un golpe en la cabezota contra el suelo, un golpe tan fuerte que todo el salón tiembla, y suena como si un mueble se hubiése volcado, o como si se hubiése descolgado un estantería. El caso es que ni siquiera la presencia del sagrado Phoenix, algo así como una fusión entre Robbie Williams, Jude Law, y Ewan McGregor, levanta el final de este filme, que parece convertirse en un episodio de Prison Break. James Gandolfini también está por ahí danzando, y Peter Stormare, el Abruzzi de la ya citada (el citado es más perverso) Prison Break también tiene un papel de peso. Genial, los dos me encantan, pero para la desgracia de todo el mundo aquí ninguno de ellos no tiene la gran voz del mejor, Carlos Ysbert. En fin, una gran pena... El caso es que el personaje de Stormare es ridículo y nada creíble, y ese que se hace llamar Máquina (¿y el tabasco? en la másquina) nos recuerda a Frankenstein en horas bajas. When the wind blows. Bueno, que lo que podría haber sido un volcán de conspiración acaba siendo un todos contra todos, un smash tv, un wrestling... Pero vaya, que Gandolfini lamiendo el revólver con el que le encañona Cage hace que le llegue al resuello un 5 de 10.