Su idiosincrasia lo sitúa a medio camino entre la sucinta y liviana enumeración del argumentario feminista y la oda a una industria y un cine que nos marcó en una época y sentimiento distinto. Los problemas expuestos son conocidos, fácilmente encontrados pero no por ello desdeñados. Pero hay momentos en que es necesaria una explicación y argumentación mayor, más allá de intentar describir unos errores sacados fuera de lugar y unas circunstancias nada inteligibles. Partiendo de la base de que el cine no siempre tiene que ser un reflejo de una sociedad, o un compendio de equilibrio social, tendemos a ver los fallos antes de entender las soluciones. Aquí se empieza con buen pie enseñando una situación algo escamosa para la historia del cine, pero se engloba de forma cuasi torticera a todo un género o tipología de cine que es demasiado amplio y variado como para intentar clasificarlo. En partes es lúcido y directo, aunque se desinfla al ejemplificar con otro tipo de género cinematográfico los remiendos de otro. Esa dicotomía entre la ensoñación de un pasado sin crítica que mantiene estructuras en nosotros los espectadores casi oníricas y la explicación del daño infringido que aún las defiende sería el paso adecuado para una mayor argumentación y más inteligible.

La naturalidad con la que narra el derrumbamiento de una vida es casi tan interesante como el humor con el que critica muchas actuaciones y sentimientos escondidos detrás de capas de falsa moralidad y honestidad. Asistimos en esta película a una conglomeración de circunstancias adversas guiadas por un sentido común que las intenta enderezar y que, sin ton ni son, son llevadas al extremo por motivos ulteriores. El gran trabajo de escudriñar en el corazón de sus personajes se ve recompensado por la intención de abrir pensamientos y debatir sobre la comunicación familiar y social. Toda la trama se sale de sus casillas por intentar mantener a salvo una circunstancia, el mensaje se deja claro y la solución también. Es directa y comprensible. Hilarante y graciosa. Sutil y avasalladora a la vez. Sus personajes tiene una evolución verista y sensible, con giros intensos pero comprensibles. La rodea un halo de naturalidad que nos hace empáticos a ese dúo protagonista, que tiene mucho de nosotros, de muchas generaciones, educadas de una forma y que la vida nos enseñó, como a ellos, a aprender a 'trompicones'.

La fragilidad del relato se mezcla con una narración casi natural de unas circunstancias dramáticas. Tal es la naturalidad de cada giro dramático que sorprende pero se entiende. Vemos que cada personaje tiene la complejidad de una vida llena de golpes vitales. Vemos que cada decisión sobre su búsqueda de acomodo y ansias de libertad es tapada con otro golpe mortal. Son personajes creíbles y bien desarrollados, con sus aristas sentimentales y sus devaneos con los estados de ánimo límites. El guion sirve de unión de circunstancias, con diálogos vivos e intensos pero naturales. Las acciones son entendibles y veristas, cada causa busca una consecuencia. cada acción una reacción. Y la mezcla de todo ello lleva a los tres personajes principales a intentar sobrevivir y resarcirse de sus necesidades sentimentales en las peores elecciones. Cuando la comprensión y el respeto se alían es cuando se ve la luz de la salida, que no de la salvación. A pesar de la dureza de lo narrado, vemos que la directora hace especial énfasis en naturalizar las realidades con las que la sociedad nos representa. La severidad y aspereza de las tramas y subtramas no chirrían ni desentonan en los espacios y realidades narradas. Son pequeños bocados de realidad rudos y hoscos, pero en ello se basa la película, en acercarnos lo que pensamos lejano y en hacernos ver que debemos superarlo con la confianza necesaria.

Es la vida de Ivana. Son las circunstancias de Ivana. Pero a través de sus locuras, miedos y hastíos somos copartícipes de todo el pensamiento y valores de una sociedad poco igualitaria, enferma y con sus fobias propias. Nos suena todo lo que sufre esta visceral y vehemente chica. Son las ansias de libertad y de crecer como persona sin ser juzgada. La trama que comienza como un simple trabajo de conocimiento del personaje, gira y se vira para enseñarnos e interpretar todo lo que como comunidad instituimos y compartimos. Es una mezcla de análisis de la unidad familiar, de las relaciones personales aderezado y combinado con los juegos políticos de fondo. Parte como un drama personal para, con ironía, ciertos toques de humor y hasta retazos de cinismo, llegar a una comedia con olor a negros sentimientos que son el resultado de la opresión por la imposición de un pensamiento único. Un reflejo de lo que somos que se nos hace conocido, pero no por ello cansado de que se nos recuerde. Los logros empiezan por uno mismo.

Tras crear una atmósfera tensa y cortante. Tras crear unos personajes complejos y con un punto de vista vívido y poliédrico, vamos perdiendo el hilo de una historia espinosa y profunda que no llega a desarrollar todo el potencial que oculta en sus múltiples interpretaciones. El hastío con que el personaje conductor se introduce en su cansina vida es intenso y potente. Esa rareza dramática se va diluyendo en una causalidad que conlleva a una realidad compleja, con interesantes bifurcaciones temáticas. Pero no logra amarrar todos los cabos que se podrían abrir, se escapa en la visualización del fenómeno y no deja elucubrar a un espectador ávido de sensaciones, más allá de las visuales. Es rompedora en su fondo, es trasgresora en su forma y el superflua en su desarrollo. Tendremos sensaciones encontradas pero se nos queda algún regusto inspirador ya que la semilla fue plantada en nuestra mente.