Tanto músculo, tanta arruga, tanta cana, tanta calvicie y tanta dentadura postiza. Son los hombres de hierro de antaño, que no se resignan a jubilarse, y bien que hacen, porque mientras mantengan el espíritu joven serán capaces de seguir así hasta que sus cansados huesos no les sostengan tanta masa. Los años pasan y eso se nota, en unos más que en otros. El cuerpo parece aguantar, pero el rostro rebela apergaminado el paso de las décadas. Pero por mucho tiempo que transcurra, ellos son inconfundibles e inolvidables, leyendas vivas que tanto emocionaron en el siglo pasado, y que no necesitan reinventarse en la nueva centuria. Ellos están bien haciendo lo que siempre hicieron, aquello para lo que son los mejores. No necesitan retoques digitales, pues las marcas de su piel son como galones que infunden respeto y veneración. Como buenas piezas de museo se siguen revalorizando con el tiempo, y hoy en día mayor mérito tiene su esfuerzo, pues el desgaste acusa más que ayer y pasa una factura algo más onerosa que hace treinta años. Nuevos rostros vendrán, pero los legendarios mercenarios siempre ocuparán el pedestal más elevado en el olimpo del cine de acción.
Por fin Arnold dejó las corbatas y los mítines para volver a coger el fusil y la chaqueta de cuero. Su rostro amenaza con caerse a pedazos y su cuerpo terso y macizo ha dado paso a la flacidez, cosas de la gravedad, pero qué emoción da ver a mi mayor ídolo de nuevo soltando frases agudas, pegando tiros y fumando su puro.
Bruce ya no tiene un solo pelo (aunque su sucesor, el no tan joven Jason S., tampoco), pero la garra de antaño no la pierde, y espero con ansias volverle a ver con su sucia y ensangrentada camiseta blanca.
La faz de Sly parece a punto de estallar por el botox, pero mantiene la figura como ninguno, como si lo hubieran criogenizado a lo Demolition Man.
Dolph, talludo hombre de pocas palabras y semblante de pasarela, celebro que te den más minutos y papel de bueno, pues de villano ya hiciste bastante.
Chuck, el lobo más viejo de la manada, colgaste el sombrero vaquero, pero todavía te queda un tiro en la recámara.
Jean Claude, tu mítica patada voladora no ha perdido altura ni potencia. Mucho te habrás divertido cambiando de bando.
Jason, digno recogedor de la antorcha, eslabón entre el ayer, el hoy y el mañana. Sigue los pasos de tus maestros sin dejar de aportar tu propio estilo.
Y por último, quiero dar mi agradecimiento a los esteroides, que tanto han aportado a este tipo de cine, pues no me imagino viviendo en un mundo de Rambos y Terminators fibrosos.