Podemos perder todo el tiempo que queramos en analizar las raras pulsiones de Tim Burton y sus asociados, en este caso el notable Mike Jonhson, que se paran en extraños cuentos para poner en pantalla una historia de amor que, si no fuera porque la imaginación no tiene fronteras, censuraríamos de inmediato como imposible. Podemos perder, repito, algo tan valioso (que podría dedicarse a largas horas de sofá) para acabar concluyendo que es bonito lo que acabamos de ver; y que la técnica y la inventiva también pueden ponerse al servicio de la ternura.

Estas licencias poéticas en las que suele incurrir muy a menudo este entrañable y esperpéntico director californiano, este Peter Pan de la cinematografía, no suelen equivocar el objetivo, que no es otro que la pulsión de esas cuerdas, de poderosa seda, que partiendo de la infancia acaban montando el entramado de las cosas que importan, y si las mantenemos afinadas y tensas hacen música hasta el mismo día de nuestra muerte.

Preciosa historia que rompe las barreras de la vida y posibilita lo eterno sin tener que entrar en grandes discusiones filosóficas y existencialistas. Gracias Tim por encontrar la dimensión adecuada del amor.