Cinta alemana que se las ingenia para, partiendo de una premisa conocida, cocinar un plato diferente dentro del sub género de aviones secuestrados. Un vuelo parte de Berlín y, una vez en el aire, sufre un intento de secuestro terrorista. El piloto se negará a abrir su cabina y tratará de resistir mientras los pasajeros corren peligro a manos de los secuestradores.

Reconozco que los primeros compases me desanimaron, tarda un poco en entrar en harina, sobre todo porque parecía que la acción, desarrollada enteramente en la cabina de pilotaje, no podía dar mucho de sí. Pero una vez el intento de secuestro se inicia la tensión va creciendo y lo, que parecía un handicap, se convierte en su mejor baza. La reducida cabina del avión transmite una sensación de agobiante claustrofobia, lo que sumado al rodaje de estilo hiper realista y lo estresante de la situación, nos traslada con solvencia la angustia y el malestar que sufre el personaje de Joseph Gordon-Levitt. Todo nos conduce a pensar que las cosas no se van a resolver a gusto de nadie.

A pesar de tratarse de una película que rápidamente nos hace recordar el 11-S se nos intenta visualizar a uno de los secuestradores como alguien inseguro, víctima de las malas compañías y que merece cierta empatía. Una concesión a cierto progresismo bienpensante que se queda al final como una bala de fogueo. El actor Omir Memar hace un papelón como alma torturada que sabe que está en un callejón sin salida, pero una visión más amplia de las cosas no consigue que le veamos como otra cosa que como un terrorista. Ni él ni ninguno de su calaña tiene derecho a arrogarse la potestad de representar al mundo musulmán. Quédense con eso y disfruten con esta pequeña pero cumplidora película.