Manuel Martín Cuenca adapta “El móvil”, novela corta que se incluía en el debut de Javier Cercas, allá por 1987, y en su fidelidad al original parece calcar también algunos errores característicos de todo escritor novel, caso de ciertos pasajes discursivos en exceso y un puñado de incoherencias “ex machina” con que hacer avanzar la trama. Con todo, “peccata minuta” —y prometo dejarme ya de latinajos— en una película muy estimulante.
Con su seca iluminación y escenografía en los huesos, “El autor” es una obra profundamente turbadora que durante casi dos horas nos tiene con un rictus a medio camino entre la sonrisa incomodísima y un lacerante asco —de uno mismo, de la condición humana en general—, sensación semejante a la que, en efecto, debe de causar compartir ascensor con un psicópata de la ralea del protagonista. La indefinición que en muchos otros casos habría jugado en su contra, contribuye al interés de “El autor”, pues no saber si nos encontramos ante un melodrama, una comedia negra, un thriller psicológico o todo a una misma vez incrementa la tensión de un espectador que, sumido en una atmósfera más y más malsana, acaba rompiendo a sudar como si también él —o ella— fuera víctima del proverbial calor sevillano.
En el apartado interpretativo, María León acredita una desalentadora falta de talento que ya apuntaba en papeles cómicos —no le veo la gracia ni del derecho ni del revés, pero igual el raro soy yo— y que se pone de obsceno manifiesto cuando pretende encarnar un rol moderadamente serio. Antonio de la Torre, en malencarado piloto automático, entrega un trabajo de mero trámite, pasa la factura y a otra cosa. Ello no hace sino engrandecer el de por sí superlativo desempeño de Javier Gutiérrez, lo cual hace tiempo que dejó de ser noticia. El que, sin lugar a dudas, se cuenta entre los mejores actores de su generación compone aquí un personaje antológico, capaz de inspirarnos ternura y repulsión sin cambiar de plano. Una verdadera lección, en especial para sus antedichos compañeros de reparto.