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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
8
Documental Documental que recorre la historia del cine francés desde los años 30 hasta principios de los 70, concretamente hasta que el propio Tavernier comienza a hacer películas. (FILMAFFINITY)
10 de agosto de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Delicia meta-cinematográfica a cargo del veterano Bertrand Tavernier, uno de los realizadores europeos más destacados del cambio de siglo. Con independencia de su valor intrínseco —sencillamente incalculable—, me ha parecido sumamente conmovedora debido a que fue precisamente viendo cintas de Truffaut —y de Godard y Resnais; y Becker, Bresson y Renoir después— que se me contagió la cinefilia de mi padre, bendito virus.
Tavernier hace un recorrido por los directores que más hondamente le han marcado, desde la primera película que recuerda haber visto de muy niño —no descubriendo hasta veinticinco años más tarde que se trataba de un film de Jaques Becker, “El último en todo” (“Dernier atout”, 1942)— hasta el todoterreno (director, guionista, asistente de dirección e incluso músico) Claude Sautet. Entremedias, malditos como Jean Vigo y Edmon T. Greville, así como un énfasis entrañable en las comerciales historias de Lemmy Caution o las rodadas por Jean Pierre Melville, cima del “Polar francés”, peculiarísima serie B, muy influida por el “noir” americano, pero genuinamente francesa a la vez.
Su homenaje incluye a compositores, guionistas e intérpretes, incluso críticos, sin cuya labor —no siempre reconocida, caso de los dos primeros— el cine no sería lo mismo, o simplemente ni sería. Presta especial atención a los “scores” de Maurice Jaubert y Joseph Kosma, los textos del poeta surrealista Jacques Prévert —responsable, por ejemplo, del guion de “Los niños del paraíso” (“Les enfants du paradis”, 1945), de Marcel Carné— y a una nómina de actores en la que destacan tipos duros y, sin embargo, dolientemente humanos, como Jean Gabin, Jean-Paul Belmondo, Lino Ventura y hasta Eddie Constantine, emigrado americano que empezó repartiendo guascas en subproductos de acción y acabó trabajando para Godard y Fassbinder; junto a grandes damas —con perdón del tópico—, tales que Simone Signoret, Jeanne Moreau, y mi debilidad absoluta de todos los tiempos —con perdón, esta vez, de la excesiva personalización—, Anna Karina.
Si por algo destaca “Las películas de mi vida”, además de por un amor al cine no por previsible menos encantador, es por el tono didáctico, que no admonitorio, en absoluto pedante, con que Tavernier desglosa su lección magistral. Ejemplos ilustrativos y maravillosos de ello los encontramos en la explicación con que rebate a quienes acostumbran a llenarse la boca con la osadía de que Renoir carece de técnica o las diferencias que detecta entre los “gangsters” del cine francés y el americano, encarnadas en el Gabin de “No toquéis la pasta” (“Touchez pas au grisbi”, 1954), en pijama y cepillándose los dientes con golosa parsimonia.
En fin, esta antología de joyas dura tres horas largas que se pasan en un suspiro. Tanto es así que, puesto el punto final, se queda uno con ganas de otras tres horas —si no seis, o doce— de hermosísimas imágenes de archivo y los jugosos chascarrillos de un “connaisseur” al que adornan un saber enciclopédico y, lo que casi resulta más importante, un talento feroz para comunicarlo.
Carorpar
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