Si partimos de esta frase de Watson con respecto a su compañero, pues parecería que no estamos muy alejados de aquel detective clásico y excepcional. Pero Sir Arthur Conan Doyle vivió en una época racionalista, dotó a su criatura con elementos propios de esa corriente de pensamiento. Este nuevo Sherlock...pues es nuestra criatura, es el nuevo detective/antihéroe del post modernismo.

Se puede partir de un contexto histórico perfectamente volcado a la pantalla, fotografía descomunal y planos generales de una Londres preciosa. Lo demás es debatible.
La trama persigue las viejas leyes del género detectivesco: un argumento enrevesado y plagado de datos sueltos que Holmes se encargará de relacionar hasta llegar a una de sus tantas explicaciones descomunales. Todo lo demás es un pastel nuevo: la cámara sólo puede subordinarse a un montaje maniático, desenfrenado como el propio Sherlock. A veces opta por un ralentti ya visto desde Matrix y las escenas de acción (las cuales conforman el 60% de la peli) están calibradas por efectos especiales de última generación.
Los personajes son singulares y complejos: el gran detective ya no es ni héroe ni galán; ahora tómenlo como un tipo simpático, brillante en sus deducciones y heredero del kung fú de antaño. Se lo respeta y subestima por partes iguales: ya no es ese personaje metódico y racional, sino más bien un pensador caótico lleno de vicios paranoides. Watson está irreconocible, compite con su compañero: prefiere ir al grano más purulento y de choque antes de enamorarse de los laterales como Holmes. Por último esa muchachita...algun personaje femenino debía resaltar en la peli y bien gracias.
De buen ritmo, por momentos esa estética videoclipera se vuelve confusa: enmarañadas conspiraciones se van explicando a diez mil por minuto; imposible seguir el hilo de la trama sin quedarse con algun, o algunos, datos en el aire.
Y ciertas lagunas...(spoiler)