Hancock estuvo a una cabeza, una pluma, lo que se diría un suspiro de transformar al típico héroe norteamericano de historietas en una figura vanguardista e iconoclasta. El personaje creado por Smith es un verdadero desastre, un antihéroe y no tanto: es la figura del poder benévolo llevado al terreno de la pureza, allí donde no hay manos que pulan para buscar la perfección de la conducta y de la estética. Hancock es un héroe bebé que debe aprender lo que la sociedad exige, mientras que El hombre araña, Batman o Superman poseen un status conveniente para el stablishment, simpáticos pero fríos, combaten el mal sin debatir las cuestiones que lo originan: héroes conservadores.

La película se maneja a ritmo adecuado y valiéndose de gags realmente ocurrentes; se trata de una versión similar a la obra animada "Los increíbles", aunque con otras connotaciones. Sin embargo, y promediando la mitad del film, la obra pega un volantazo necesario pero inesperado por el nuevo camino que toma: lo que antes sería un avance arriesgado ahora se vuelve un proceso de adaptación entre dos...sujetos. El ambiente comiquesco desaparece para dar lugar a una nueva peli, literalmente, más convencional, conformista y simpática. La primera rozaba lo genial.