Dista mucho de ser redonda "Nieve negra", lo reconozco. Pero algo en ella me ha seducido de tal manera que estoy rendido al film. Y no. Para variar no es Ricardo Darín. Que seguro que lo estáis pensando, mequetrefes.
Diez años después de su primer largometraje Martín Hodara vuelve a ponerse tras las cámaras con "Nieve negra". Un gélido, seco y nada complaciente con el espectador thriller rural, de opresiva atmósfera, sobre heridas del pasado mal cerradas que afloran en el recodo menos pensado. Dos hermanos no muy bien avenidos se reúnen tras la muerte del padre de ambos, un hecho que acabará tornando en fortuita terapia, con la pareja de uno de ellos como involuntaria —o no— espectadora.
Admito que a nivel guion "Nieve negra" genera muchas dudas, varias vueltas más creo que le habrían venido de lujo. Y no lo digo porque sea malo propiamente dicho, si no más bien porque lo narrado e incluso la manera de narrarlo desprende aroma a ya visto. Es por ello que desde el minuto uno la cinta resulta previsible, al margen de esos pequeños detalles que definen la historia puedes aventurar ya desde la primera escena cómo se va a desarrollar todo. Algo nada halagüeño. Pero lo que decía al comienzo, a pesar de ese inconveniente para nada menor he estado enganchado a la propuesta. Y no solo ya eso si no que tiene su dosis de poso la obra.
Interpretativamente hablando el ya citado Darín, Laia Costa y Leonardo Sbaraglia componen un triángulo tan jugoso como efectivo que no defrauda. Una buena guinda final que remata un trabajo que enarbola la bandera de la imperfección carismática antes que la de la perfección anodina.