James Dean es un actor mítico, aunque viendo Gigante uno no acaba de entender la razón. La colección de muecas, gestos extemporáneos y tics nerviosos que muestra la malograda estrella, son capaces de poner nervioso a un maestro zen. Eso sí, a poco que se le observe se descubre cuánto le ha imitado (y mejorado) Jack Nicholson, especialmente el característico gesto de empequeñecer la boca. Por lo demás, Gigante es larguísima, pero no aburrida; todo lo contrario, es una película que sigue conservando su encanto. No son tantas las películas de los 50 de las que se puede decir lo mismo.