Una de esas películas yanquis, en el peor término de la palabra, que intentan convencer, supongo que sólo a los suyos, de la necesidad de la ocupación estadounidense del suelo irakí, ofreciendo datos y sucesos donde sólo se ocupan de sus propios sentimientos.
Con ello quiero decir que su espíritu no puede ser más cicatero, al resultar de lo más egoísta que se pueda uno imaginar, al no tener en cuenta los sufrimientos de la población civil a la que intentan llevar por el camino del bien, sino que únicamente hablan de lo que les ocurrió, diciendo sin paliativos que se les trató muy mal y no les querían a pesar del bien que hacían.
Para ello, su director Irwin Winkler, que ya había demostrado anteriormente su ineficacia e ineptitud, a pesar de contar siempre con buenos mimbres, utiliza medios técnicos competentes, con estupenda fotografía y unos intérpretes adecuados, aunque los más jóvenes están falto de carisma.
Pero es que el guión no puede ser más ramplón y, sobre todo, superficial, amén de lo dicho, que peca de objetividad.
El resultado final es que, si se olvida su deshonesto fondo, puede resultar más o menos soportable, y puede hacer pasar hora y media de una forma entretenida, pero es que las frases que se ponen en boca de diversos personajes no pueden sino desistir de ver en este parco film algo verdaderamente positivo.