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Voto de souldecember:
2
Thriller. Drama Año 1921. España vive un momento agitado y caótico: son los años del plomo, fruto de los violentos enfrentamientos callejeros entre matones y anarquistas. El gansterismo y los negocios ilegales están instalados en la sociedad. En esta situación de disturbios, Aníbal Uriarte es un policía enviado a Barcelona para colaborar en la detención de los culpables del robo a un tren militar. Aníbal y sus formas no encuentran mucho apoyo entre sus ... [+]
9 de enero de 2019
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un viejo debate de la crítica es aquel que discute sobre si se debe valorar una película en función de su adecuación a una serie de apriorismos que sus autores asumen, es decir, en lenguaje llano, si consigue lo que pretende. Es este un debate extraordinariamente falaz, en primer lugar porque es imposible saber qué pretenden los autores de un filme. En segundo lugar, porque esa pretensión también podría y debería ser sometida a crítica.

Viene esto al caso de La sombra de la ley, el nuevo artificio pirotécnico del aparato espectacular de la máquina de fagocitar subvenciones públicas, las televisiones españolas haciendo cine. En esta película, Dani de la Torre despliega todo su potencial de imitación de los prestigiosos blockbusters histórico-políticos de Hollywood, y en ese sentido, como imitación, no imita mal del todo. En efecto, los mismos planos enfáticos en rostros de actores muy concentrados en actuar, la misma parafernalia de producción excesiva fagocitando los planos, similares movimientos mareantes de cámara puramente gratuitos, una música ahogando cada segundo de vacío que pudiera quedar entre tanto hartazgo…, lo de siempre, solvencia tecnológica al servicio del vacío estético.

Por supuesto, no es un problema de género, y mucho menos de la cansina oposición de cine de género contra cine de autor. Uno puede aproximarse a espectáculos genéricos, incluso cargados con la misma intención sistémica y los mismos problemas ideológicos contenidos en La sombra de la ley, y encontrar un profundo sentido de lo estético dentro de su intento de funcionar como espectáculo. Pero la distancia entre cualquier ejemplo de James Gray, digamos We Own the Night (La noche es nuestra, 2007), y lo que nos ofrece Dani de la Torre es demasiada.

¿Qué hace, entonces, Dani de la Torre? Pues algo muy simple. Se trata de tomar unos hechos históricos genéricos, expurgar de ellos cualquier tipo de contenido incómodo, adaptarlos a temas de moda de la época y, sobre esa base, desarrollar una historia de amor a golpe de thriller político. Dirá el lector: ¿Otra vez? Pues sí, otra vez, Dani de la Torre vuelve a intentar la misma historia de siempre para regocijo de los mismos de siempre, mientras le pega un tiro al recuerdo del anarcosindicalismo catalán, seguramente, el movimiento más digno y avanzado de la historia social de la época contemporánea.

Reducidos los hechos a la anécdota perfectamente manejable, en los términos de cualquier serial de sobremesa, de la Torre procede a extender durante más de dos horas una historia que no da para más. Comparar esto con la magnífica contención narrativa y la capacidad de evocación de las elipsis de ese otro filme que se puede ver en estos momentos en las mismas salas, Cold War (2018), es ver con claridad la distancia entre el cine profundo y el espectáculo más banal y superficial.

Pero al menos, visualmente, será un filme impresionante y técnicamente estará muy bien resuelto, puede intentar pensar como última opción el lector más optimista. Pero el problema es que no. Dani de la Torre pone en marcha toda la serie de movimientos de cámara que aprendió en la escuela de cine, pero olvidó justificar su uso y vincularlos con algo más que sus ganas de mover la cámara. Por supuesto, tira también de toda la capacidad de hacer grandes enfoques en profundidad y no olvida los trucos de posproducción, pero elabora imágenes vacías de sentido y de contenido, intercambiables, sin función narrativa ni expresiva.

El gran problema es que La sombra de la ley no cumple ni como entretenimiento ni como espectáculo. Es más, ya puestos, este crítico no entiende por qué, como espectáculo y como entretenimiento, no es infinitamente más destacable cualquier partido del Liverpool con su grandiosa máquina de divertirnos a todos: Salah, Mané, Firmino. Y Shaqiri, claro, Shaqiri.
souldecember
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