El visceral estilo visual de Scorsese bascula peligrosa y seductoramente entre el efectismo y el virtuosismo. Sus películas, muy bien rodadas y ejemplarmente montadas, a menudo apuestan por el frenesí, y yo, particularmente, prefiero los ritmos lentos. No obstante, la preferencia personal no invalida en modo alguno el talento evidente.

'Infiltrados', con su catarata de planos por minuto, ha de estar entre las películas de Scorsese con más rápida cadencia de imágenes, por encima de películas tan explosivas visual y sonoramente como 'Casino' o 'Uno de los nuestros'.

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La trama es interesante, en parte por enrevesada. En 'Casino', Scorsese hace ya algo tan audaz como, según quién observe, molesto o estimulante; superponer voces en off. El espectador es forzado a empatizar con todos y, a la vez, con nadie. Algo similar ocurre en 'Infiltrados', pero ya implícito en la trama. Es de suponer que Scorsese vio en 'Infernal affairs' una interesante apuesta por la multiplicidad de voluntades enmarañadas en un thriller esquivo, deliberadamente confuso, y amplió la idea planteada en 'Casino'. En cierta manera, que el espectador no haga pie en ciertos momentos por el aluvión informativo y la multitud de puntos de vista que es forzado a asimilar, es parte de la premisa.

'Yo miento. La mentira ayuda a mantener el equilibrio'.

Scorsese tiene, a mi modo de ver, el espíritu de un director joven, enérgico e incluso díscolo tras la cámara que, en los últimos compases de sus películas, cede el asiento a una trágica y lúcida alma vieja, acaso una prolongación de aquel sacerdote que nunca llegó a ser. 'Infiltrados' es una película que a todo el mundo puede parecer amena y 'cool'. Muy ilustrativa, de hecho, es la ditirámbica reseña de Borja Hermoso en el mundo, quien no puede esconder un subidón de adrenalina tras haber visto un thriller de buen ritmo, buen acabado y acción bien presentada. No obstante, a mí, es una película que más que elevado en el entusiasmo, me deja sumergido una incómoda sensación de tristeza.