Este es un documento impresionante. Antropología en estado puro. Quizá por ello también es una especie de anticipo de lo que hoy en día son los llamados 'reality shows'. Salvando la distancia abismal de cinco o seis décadas, la función social del rito viene a tener algunos paralelismos. Entonces, los 'boys' del famoseo cotidiano, sometidos ciudadanos en la ciudad de Accra, se sacudían todas sus angustias ritualizando, que es gerundio. Hoy en cambio, los 'boys' del famoseo catódico y artificial sacan espuma por la boca de otra manera.

Volviendo a 1955, lo esencial: Jean Rouch es verbo, pura acción y traslación de esa misma acción a un código inteligible. Las imágenes si las viéramos solas nos dirían quizás lo contrario a lo que nos dicen, al estar contextualizadas, ordenadas y justificadas por la cadenciosa voz del narrador, que sabe situarse en la exacta posición intermedia entre el espectador y los agitados agentes del fiestón catártico. Catarsis que, al día siguiente, se queda en eso, en un turbulento exceso del día anterior que poder comentar, de nuevo en el trabajo cotidiano, como a balón pasado.

El poder reirse del poder es una de las válvulas de cualquier sistema social. De hecho si no se dieran estas representaciones la explotación difícilmente podría seguir funcionando. Y es esencial cómo funciona, y por ello los primeros minutos del documental son para hacer un repaso de ese funcionamiento.

Las sonrisas de los hauka, un día más tarde de su teatralización de la locura de sus amos, demuestran que han exorcizado así sus propias locuras y sus pesares bajo el yugo de sus locos amos.