Como ya está más que dicho, esta tercera entrega de Jurassic Park pega un perceptible bajón respecto a las dos anteriores, pero no por ello es una mala película, ni mucho menos.

Es una película que busca entretener y lo consigue, pero no consigue nada más.
De hecho en cuanto a guión (un niño queda rezagado en una isla con dinosaurios, y sus padres acuden a buscarle con el protagonista de la primera película como guía) y a personajes (el niño, sus dos padres, un paleontólogo joven y el ya conocido Sam Neill), la película puede recordar a un telefilme. Un telefile con un presupuesto de 93 millones, eso sí. Y es que la película, argumentalmente, no tiene nada interesante que añadir a las dos anteriores. No descubrimos nada nuevo sobre Jurassic Park. Los personajes están viviendo una mera anécdota casual de la que sólo ellos se acordarán.

La película es básicamente una sucesión de encuentros con dinosaurios y huídas de los mismos. Los velociraptores no tienen gran novedad que mostrarnos, aunque tenemos un nuevo y digno invitado: el espinosaurio, el primo zumosol del tiranosaruio rex. Este dinosaurio corona la película con su cresta dorsal y sus mandíbulas alargadas.

Por supuesto, el compromiso con las dos novelas de Michael Crichton se ha esfumado. Esta se acerca a ser una nueva adaptación de la segunda novela de este prehistoríco parque temático, pero carece de la audacia innovadora de "El mundo perdido".

Entretenida, pero no interesante.