Todo comienza con un protagonista cuyo físico encarna el papel de antihéroe: bajo de estatura e inseguro de sí mismo. Sin embargo, no tiene nada que ver con la realidad porque en el fondo es determinado ladrón de obras de arte. Muy determinado.

Este negro thriller es convincente y apasionante desde el primer momento. Con una trama que engancha y unos papeles muy definidos, expone pronto sus cartas, y es que si sus productores son los mismos que los de la famosa "Millenium", el éxito está casi asegurado, y el sello de calidad también. Además se adereza la historia con momentos muy violentos (y explícitos) y otros con cierta dosis de humor, lo cual crea un equilibrio interesante.

En cuanto a la elección de los actores, los responsables parecen haber encontrado a los intérpretes ideales, puesto que uno no se imagina a otro actor que no sea Hennie para interpretar a Roger, ni tampoco se imagina a nadie mejor que a Coster-Waldau para hacer de Clas. Ambos se entregan en una intensa persecución que se aleja de las que se suelen hacer en el Hollywood actual, llenas de golpes de efecto, y que acercan al espectador a la trama central.

Esta huída hacia adelante tiene, sin embargo, una conclusión que no está a la altura del resto de la película a pesar de que no es desestimable. Estamos acostumbrados a que las películas del género tengas algún giro argumental que, aunque a veces previsto, intente dejar al espectador con la boca abierta, pero en este caso el final es lineal y relativamente sorprendente. Pero eso apenas importa por el magnífico trabajo que ha elaborado y que queda en nuestras retinas al menos por un tiempo.