“Ane” narra un desencuentro madre-hija que es universal, y es que, aunque ambientado en una década llena de conflicto, de desencuentros ideológicos que distanciaron a familias y amigos, podría producirse un cualquier oro lugar, en cualquier otro momento.

López Arnaiz borda un complicado papel, el de una madre trabajadora, con una convulsa vida amorosa, que trabaja en la seguridad de las obras del Tren de Alta Velocidad. Todo ello ambientado en el Euskadi del 2009. Ella es fuerte, decidida, se nota en la manera de afrontar las situaciones, pero en el fondo es tan frágil como la que más. Ella tiene que luchar contra las circunstancias, en un barrio que la ve como cómplice de los culpables de la situación y una hija que se aleja de ella por momentos.

La película comienza en silencio, parca en diálogos. Es la declaración de intenciones de un guion que explora un problema de comunicación que poco a poco se enquista. La distancia entre ambas protagonistas provoca que Lide sienta un terremoto de emociones cuando conoce algunos aspectos de la vida de su hija.

El guion es austero y árido sin concesiones, repleto de claroscuros y de situaciones comprometidas en una sociedad quebrada, en el que brillan López Arnaiz y Laspiur con luz propia. Este logro se une al hecho de que “Ane” es capaz de abordar la realidad social vasca sin nombrar a nadie y sin que sea el epicentro de todo.

Sañudo se confirma con esta cinta como un buen director de actores, dentro de una película que muestra decepción y frustración a partes iguales. Dirige una historia que muestra la realidad de dos personas perdidas y lo hace sin recurrir a enfrentamientos dialécticos ni a portazos figurados. Todo tan contenido como esa potente secuencia final y su conclusión, fiel reflejo de la incertidumbre de una colosal protagonista.