Tarde o temprano dos estrellas de la comedia como Stiller y Murphy estaban destinadas a encontrarse. Y aunque tienen dos estilos de entender el humor bastante diferentes, han elegido un género en el que es sencillo conjugarlos: un robo.

Con el paso del tiempo hemos visto multitud de golpes, prácticamente de todos los colores y formas, por los que ahora ya no vale diseñar un robo muy complicado sino que los guionistas deben rizar el rizo para sorprendernos a cada momento. Y esta es la premisa y el secreto de la película, robar siempre lo más difícil de llevarse.

Es en esta línea donde Un golpe de altura se hace fuerte. Tiene ese punto de originalidad que la hace diferente y aunque no se trata de romper moldes, sorprende a ratos y da mucho más de lo esperado. Ese grupo de ladrones, nada homogéneo, se lleva parte de nuestra complicidad y empatiza con el espectador. Son perdedores que intentan tomarse la justicia por su mano de la manera más complicada, aunque con un elaborado plan que les permita salir airosos. Muchas de las situaciones están algo forzadas y son bastante improbables, pero sin duda la credibilidad no es el fuerte de la película ni falta que le hace.

Con una clara tendencia a criticar las dudosas operaciones bancarias que han originado la crisis actual, su capacidad para reinventarse a cada momento promete momentos divertidos a pesar de lo descabellado de las situaciones. Su final, tan coherente en una parte como fantástico en la otra, es solo el reflejo de los que siempre quiso ser: una comedia brillante.