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España España · Madrid
Voto de Moody:
5
Drama Un accidente marca y distancia a una madre (Jennifer Connelly) y a un hijo (Cillian Murphy). Ella llega a ser una famosa artista; él, un peculiar cetrero que vive marcado por una doble ausencia. Una joven periodista (Mélanie Laurent) propicia un encuentro entre ambos, que los lleva a plantearse la posibilidad de entender el sentido de la vida y del arte a pesar de las incertidumbres. (FILMAFFINITY)
13 de agosto de 2015
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En estos tiempos de materialismo desmesurado y de consumismo sin pausa, presentar una película de sentido espiritual es una apuesta arriesgada. Y también aplaudida desde el punto de vista conceptual, con una puesta en escena desarraigada como sus personajes, fría como el olvido, y de apariencia impersonal. Y lo más complicado es que con estas características, la película consigue atrapar en su primera mitad con una atmósfera embaucadora que no permite que el espectador que se levante y se distraiga de lo que cuenta.

Sin embargo, tras un comienzo esperanzador y prometedor, el argumento de “No llores, vuela” decae con un ritmo que va decayendo según avanza, parece que contagiado por esa última esperanza desesperada que arrastran los personajes. Tanto los secundarios como los principales transportan un pesado peso a sus espaldas, después de que la vida haya sido dura con ellos. Y ante tanta aflicción, una pequeña luz al otro lado del túnel mueve montañas gracias a las más que notables actuaciones de los protagonistas. Conelly y Murphy mantienen un pulso interpretativo en la distancia que los une, debido a un pasado desgarrador repleto de reproches innecesarios. Ambos son la viva imagen de la resignación ante sus circunstancias y son lo mejor de un guión que no mantiene la atención porque quiere ser trascendente y no consigue serlo. También especialmente bien para Laurent, que tiene la capacidad de aumentar el nivel de cualquier proyecto en el que se implique y que aquí sirve como un hilo conductor esencial.

Poco a poco, la atención se dispersa de una película con un cuidado montaje, una cámara que se recrea en las emociones de los personajes y un entorno propicio para la historia que desarrolla, pero que posee un fondo débil que no evoca emociones, quizás en parte porque Llosa quiere fascinar demasiado y peca filmar un producto demasiado etéreo, olvidando mantener el contacto con mundo real. Si, ese que convierte las emociones en algo casi tangible.
Moody
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