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México México · Xalapa
Voto de Brianda:
5
Drama. Romance Sebastián (17), empieza a cuidar solo el pequeño motel de su tío que está en la desolada costa tropical de Veracruz. Miranda (35) una corredora de inmuebles de la zona se encuentra ocasionalmente en el motel con Mario, su amante. Mario siempre llega tarde al encuentro amoroso por lo que Miranda tiene que esperarlo. Durante esos tiempos muertos, Sebastián y Miranda se van a conocer y poco a poco se irán aproximando a pesar de que en el ... [+]
21 de diciembre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué ocurre cuando el cineasta mexicano hace de la atmósfera una poética? ¿Es esto un asomo de aprecio por el naturalismo o una nostalgia que se creyó humilde? Lo complicado es crear una complicidad entre los ruidos cuya razón de ser no dependen de la presencia o ausencia de una cámara y la trama que se desarrolla en ese lugar –sea realidad o ficción [esas dos caras de la moneda conocida como lenguaje y en el aire siempre]– sin caer en un ambiente deletreado por el descuido. A todo espectador, evocando uno de los primeros gritos del cine en forma de travelling mostrando a nuestras pupilas el río Nilo y sus rebaños de palmeras tocadas por un viento misterioso, alegra el visitar la playa y su horizonte nombrado mar; pero a estas alturas, crear un largometraje donde además de las horas están muertas las palabras, las canciones que no existieron por apostar a un realismo inconsistente, la sensualidad agonizando en un balbuceo de poesía, es mostrar un cadáver cuya levedad no consigue un peso propio aún si la paleta de colores es un intento tiránico de azular al o la que mira y, por lo tanto, melancolizar a un par de personas que probablemente sean de los que disfrutan sólo por rendir culto al domingo una mala película de vez en cuando. Esa armonía entre lo que uno ordena y dispone como creador y lo que la naturaleza [ese escenario escapando en su serenidad a convertirse en teatro o set cinematográfico] presta enriqueciendo a dicho intento de decir algo, es en Las horas muertas (2013, Aarón Fernández) un efecto que no alcanza cenit alguno en su entrega a un desenfoque apenas soportable por el hotel, dulce hotel, de paso y la juventud ávida de aventuras anónimas y por lo tanto insólitas como anzuelo que al no dar lo que promete se queda en el limbo de descubrirse una mera carnada y regodearse en quién morderá la trampa metálica y marítima de aquél director que del suspenso apenas mostró unas vacaciones en el territorio del engaño. Si usted lector, amante del cine o neófito en aras de redimirse visualmente, busca entre las producciones cinematográficas mexicanas una experiencia donde lo que vemos frente a la pantalla ahuyente a la muerte, no se detenga en este paradero o hallará muchas palmeras y pocas nueces.
Brianda
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