Una más sobre la Guerra Civil pero se agradece que sea, al menos aparentemente, el trasfondo y no el objeto. Aunque, para ser más precisos, estemos en la Posguerra: Unos años 40 tremendistas de oscuridades morales y verdores de bosques indiferentes a la inmundicia, cartillas de racionamiento, pan negro, venganzas posbélicas o ancestrales, y de vencedores y de gente adinerada muy muy mala -esto último como siempre-, y de vencidos a los que sólo les alumbra la virtud cuando están muertos o moribundos. El protagonista, detective a fuerza de ser inteligente, se adentrará en la investigación del enigma del doble asesinato sorteando los misterios de la niñez y las reticiencias, silencios y disimulos de las costras del Régimen. Este outsider a fuerza de ser inteligente -el conocimiento como fuente de dolor- culminará su desarraigo cuando advierta que no hay moral sin política. En tales condiciones sólo cabe tratar de malvivir lo mínimo, y para ello, hacer el mal.

A destacar el apartado visual, imprescindible para transmitir la brutalidad de la sordidez. Se echa mucho de menos un ritmo narrativo más ágil que debería haberse decantado más por el suspense que por el lirismo, se consignan unas interpretaciones sólo correctas, salvo las de Sergi López y Eduard Fernández, y se lamenta que algunos personajes sean tipos literarios lejos de ser personas. El resultado final es un aburrimiento compuesto de trozos de cine de calidad.