Puede parecer lenta al principio pero cuando comprendes el entramado de la historia toda la película empieza a cobrar sentido: cada plano, cada instante y cada detalle cuenta y es indispensable para crear la atmósfera de agonía y sufrimiento psicológico al que es sometido la protagonista y que se traslada en forma de tensión al espectador.

Da la impresión que el guión surfea sobre la historia de los protagonistas y sobre la trama central sin ir más allá, sin adentrarse en el origen o la causa del “problema” que quizás podía haber dado una mayor complejidad y profundidad – o no - a la película ofreciendo una experiencia más intensa. Las preguntas sin respuesta aparecen como un arma de doble filo: mantienen la incertidumbre hasta el final pero es justo en ese punto donde te planteas el porqué de la cinta.

El director David Robert Michell realiza un trabajo de planos excepcional dejando un par de momentos para el recuerdo. Entre tanto bullicio del cine de terror más convencional con sustos y sangre gratuita por doquier nos ofrece una bocanada de aire fresco, una película que pone orden en el género dándole un punto de vista diferente y nos invita a observar el concepto del miedo con otras lentes, como ya he dicho, menos convencionales, donde nos podemos deleitar con el uso de los silencios, la forma de expresarse de los actores o el uso de los planos generales, mientras que explota a la perfección ese miedo irracional a lo desconocido, a la oscuridad, esa sensación inherente al ser humano de que hay alguien detrás de la puerta, gracias a un juego de luces y sonido adecuados para cada momento donde destaca la banda sonora indispensable para entender la atracción visual de cada plano.

Por ser algo distinto a lo que estamos acostumbrados le doy un calificativo de “buena”, un 7, aunque me quedo la sensación de que la película deja algunos interrogantes sin resolver que por un lado me inquietan y por el otro suponen una fuente de inspiración para nuevos creadores.

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