Esta cinta es un biopic sandio, desde mi modo de ver, sobre un veterano de la II Guerra Mundial, el piloto de la Real Fuerza Aérea Británica Donald Crowhurst, que es un navegante de fin de semana para darse un paseíto junto a su esposa e hijos, o sea, cero experiencia en navegación de altura y nivel, el cual, en 1968 decide participar en la Golden Globe Race, una competición importante que consistía en navegar alrededor del mundo sin opción a paradas. Esto significa meses y meses en solitario surcando los mares.

James Marsh, reconocido director (La teoría del todo, 2014: https://www.filmaffinity.com/es/user/rating/559502/636539.html), nos ofrece un film que desde mi modo de ver roza lo grotesco, con una historia real para colmo. Narra la mayor de las estulticias, cómo un aficionado se atreve hasta el exceso y en ansia de éxito y gloria, y con la más loca confianza en sí mismo y en sus posibilidades, a acometer algo que evidentemente está fuera de sus competencias, lo cual que el sujeto es hijo de lo risible. Mientras, su esposa e hijos lo esperan llenos de angustia justificada. La extrañeza y la piedad son los sentimientos que inspiran esta odisea y la cosa concluye rozando la sandez de una trama tan increíble como al parecer cierta.

En gran medida, la responsabilidad de todo esto es, además del productor y director, del insulso guión de Scott Z. Burns, que no se sabe bien en que piensa para acometer historia tan insustancial como boba, pues el triunfo y el optimismo vital no existen en el film, ni siquiera en el supuestamente avezado Crowhurst. Además, sobre lo que ocurre en la mente del protagonista en los agónicos días que le tocan vivir, cuando ha de competir con sus propios demonios interiores, no está nada bien explicado; ocurre lo contrario en la sufrida espera de su mujer, esperanzada pero a la vez consciente del drama fatal que deberá afrontar casi con toda seguridad.

Película, eso sí, contada con academicismo en su puesta en escena y excelente fotografía de Eric Gautier, y acompañando una suave música de Jóhann Jóhannsson que se agradece.

Es el reparto lo que salva del desastre esta película, con un Colin Firth envuelto en cierto nimbo de romanticismo melancólico y decimonónico, junto a una excelente Rachel Weisz cuya actuación es medida y brillante. Acompaña un elenco excelente entre otros con David Thewlis muy bien como director del diario.

Este drama de antihéroe resulta un biopic poco inspirado, con un tono plano que convierte la película en un dramón con muchas preguntas sin responder, una cinta anodina y sin rastro de enjundia. Lejos de ofrecer claridad moral, Marsh ofrece un insondable océano de incertidumbre.