Es lo de siempre, una fantasmada-americanada. Buenos (el bien absoluto en las manos del gigante Denzel -mi héroe preferido; el más sobrio y elegante, el menos cutre) contra malvados (el mal abismal -perfecto Caviezel, otro bello actor, especial y eficaz); peleándose por el mundo, por la vida, por el sentido, por... la maravillosa (Diosa, no se puede estar más guapa) Patton. Chistes malos, camaradería garrula entre polis, persecución tremebunda, secuestro, disparos, golpes, sangre, de todo. Hasta recuperan los viajes en el tiempo. Más no se puede pedir, la verdad.
Quizás uno se pregunta para qué tanto esfuerzo, tantas vueltas, una historia tan revirada y complicada, tanto lío para acabar contando lo mismo, lo de siempre, lo obvio y previsible. Y, por eso, a ratos cansa. Pero son pocos. La mayoría del tiempo supone un entretenimiento conseguido, generoso, sin paliativos. Con el estilo típico de Tony Scott, millones de planos para un montaje alocado, compulsivo, espasmódico; un virtuosismo formal videoclipero; pirotécnico, superficial y brillante.