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Voto de Juan Marey:
8
Cine negro. Thriller Cuando Kelly Sherwood, una joven empleada de banca, regresa a su domicilio en un barrio de San Francisco, es atacada por un desconocido que le exige que robe cien mil dólares del banco donde trabaja; si no cumple sus órdenes, asesinará a su hermana Toby. Aterrorizada, la joven se pone en contacto con el FBI, pero las pistas que aporta son muy escasas. (FILMAFFINITY)
22 de mayo de 2023
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Tras el enorme éxito de la maravillosa “Desayuno con diamantes”, Blake Edwards había conseguido una cómoda situación dentro de la industria de Hollywood lo que le permitió realizar consecutivamente a principio de los 60 dos películas alejadas de su universo temático y estilístico de comedias sofisticadas, dos intentos de experimentos sobre otros géneros que contienen algunos de los elementos menos usuales en la trayectoria del realizador. “Chantaje contra una mujer” y “Días de vino y rosas” parten de temas bien distintos –el asedio de un psicópata a una mujer, en el primer caso, la decadencia de un matrimonio de clase media víctima del alcohol, en el segundo- y fueron financiadas por estudios distintos, Columbia y Warner respectivamente, siendo el thriller claustrofóbico un proyecto personal de Edwards y el melodrama etílico un encargo que le llegó de manos de Jack Lemmon. Sin embargo, las dos películas tienen demasiados elementos coincidentes como para no considerarlas fruto de una situación y unos intereses comunes: Lee Remick es la protagonista femenina de los dos films, ambos se desarrollan en la peculiar geografía urbana de San Francisco, cuentan con una antológica fotografía de Philip Lathrop y son los dos únicos títulos en toda su filmografía rodados en blanco y negro, aspecto que resulta muy determinante, un blanco y negro contrastado con similar intensidad de brillos y dominado por los claroscuros que ilustran peripecias distantes, temáticamente hablando, pero coincidentes en su íntima desazón; el blanco y negro de Lathrop, en claustrofóbico formato casi cuadrado, profundiza aún más en la tensión interna que se respira, recrudece las formas ciudadanas de un San Francisco que en pocas ocasiones se ha contemplado mejor y otorga una especial fotogenia al rostro de los actores, concretamente a una bellísima Lee Remick, convertida en ambas ocasiones en una especie de icono inalcanzable que se altera o denigra por culpa de los demás, un asesino psicópata o un marido que la incita a la bebida.

“Chantaje contra una mujer” comienza de manera insuperable, una cámara aérea sigue el coche descapotable de una atractiva mujer con pañuelo para retener el cabello en el aire del viaje, una mujer, Lee Remick, que en la noche cruza el Golden Gate en San Francisco, brillan las luces en la noche californiana, retratadas en ese brillante blanco y negro del que antes hemos hablado, preciso, elegante, depurado, mientras, oímos, en tanto que desfilan los títulos de crédito, la subyugante banda sonora de Henry Mancini, un prodigio de vanguardia a la hora de provocar emociones fundidas con las imágenes, como ya hiciera para Hawks en “Hatari!” y “Su juego favorito”. La mujer llega a su domicilio en un barrio residencial, una calle sin salida, al otro lado del Golden Gate, se abre la puerta del garaje y, ya en el interior, la puerta se cierra, la oscuridad se cierne sobre ella, sorprendida, y de repente, surgiendo de esa opresiva oscuridad, unas manos le atenazan el cuello, le tapan la boca y susurran amenazas, Blake Edwards filma esa secuencia en primeros planos que agobian a Remick tanto como al desprevenido espectador, abriendo la puerta a un elegante, pausado y sofisticado “psycho thriller” en el que Lee Remick es la pieza a cobrar si no cumple lo exigido: robar cien mil dólares del banco en que trabaja como cajera, la amenaza se extiende a la suerte que correrá Toby, una juvenil Stephanie Powers, la adolescente hermana de Remick, con la que convive.

Un magnífico trabajo, una película que se disfruta plano a plano, con la credibilidad mágica de todo el reparto, la fisicidad de los escenarios de la brumosa San Francisco y la vida cotidiana atrapada en lo imprevisto, porque vivir siempre es una aventura peligrosa.
Juan Marey
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