Me acuerdo de que, cuando estrenaron esta película, mi madre me dijo que no la viera porque a ella le había parecido ridícula, no por el argumento, sino porque le parecía que a Clint Esatwood no le pagaba el papel de galán, y que ella no paraba de imagináserlo como Harry el Sucio a punto de desenfundar.

Pero como yo no soy mi madre y no me gustan las películas del oeste, vi Los puentes de Madison sin prejuicios, y me pareció una película muy bonita. No encuentro otro adjetivo: es bonita. Los hijos, las reacciones ante lo que ellos desconocían de su madre, el proceso de rechazo y posterior aceptación... y debo añadir que me pareció que Meryl y Clint tenían buena química, diga lo que diga mi madre.

Es una historia agridulce. A veces, cuando la vuelvo a ver, deseo con todas mis fuerzas que el argumento transcurra de otro modo, es decir, del modo en que me hubiese gustado a mí, y supongo que a casi todos. Pero es una película realista, con personajes normales que tienen las reacciones más lógicas. Y en un mundo lleno de películas de amor con finales inverosímiles, Los puentes de Madison es una joya que hay que saber apreciar.