De entrada, una vez vista la serie, puedo decir que la idea principal de la historia era bastante buena, pero no han querido o no han sabido desarrollarla como era deseable, es decir, bien. El inicio de la serie fue original, sugestivo y prometedor, logrando el favor del público. Y esa popularidad fue su perdición. Era esperable, cómo no, que los mandamases quisiesen prolongar la oferta lo máximo que se pudiera. Así, la historia se convirtió en un ir y venir de amoríos sobreexplotados, giros y quiebros de guión cada dos por tres, sobrecarga de personajes con algún secreto relacionado con el internado, dones sobrenaturales que se emplean o no según las necesidades del guión, docenas de capítulos donde la trama no avanza, tramas de relleno (la mayoría protagonizadas por las niñas, que pasaron de muy monas a muy cargantes), subtramas a las que se dedicaba mucho tiempo y luego terminaban en nada, atentados contra la lógica… y un largo etcétera.
Lógicamente, ante estas perversiones, la audiencia empezó a decaer, pero nunca lo suficiente como para que la serie echara el cierre definitivo, que parecía que no llegaría nunca. Las temporadas pasaban y aumentaba el relleno, los quiebros, los romances sobreexplotados (la última pareja formada tenía una media de una separación y una reconciliación por temporada) y demás subterfugios viles para que el desenlace siempre estuviera en el horizonte (como por ejemplo, mantener durante cinco temporadas a un personaje de secuestro en secuestro).
En mi opinión, a la serie le sobran, como poco, cuatro temporadas. En la quinta, todo pudo haber acabado si se hubiera querido, pero no lo hicieron. En el último capítulo de la sexta, no quedaba ya ninguna incógnita: todo se sabía, los villanos estaban desarticulados y únicamente hacía falta cerrar flecos menores. Pero no, con un desesperado giro lograron prolongar la serie por una temporada más, la séptima, donde el único reclamo era ver quién se salvaba y quién no. Por último, parafraseando libremente a Jacinta, el personaje más desaprovechado de toda la historia, “después de tantos años, cuando se acabó, no sentí nada”. Lógico, pues el gran problema de enfrentar a unos buenos exprimidos hasta la cáscara con un grupo de villanos recién salidos del horno y muy poco hechos es que el duelo del final, que debería ser antológico después de siete temporadas esperando, queda en agua de borrajas. Y gracias, porque pudo ser peor.

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