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Voto de Chris Jiménez:
9
6,9
10.438
Drama
Pese a no ser capaz de recuperarse de un drama personal, Yusuke Kafuku, actor y director de teatro, acepta montar la obra "Tío Vania" en un festival de Hiroshima. Allí, conoce a Misaki, una joven reservada que le han asignado como chófer. A medida que pasan los trayectos, la sinceridad creciente de sus conversaciones les obliga a enfrentarse a su pasado. (FILMAFFINITY)
12 de junio de 2022
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nueva adaptación del controvertido Haruki Murakami por cuenta de Ryusuke Hamaguchi, haciendo méritos para ser considerado uno de los mejores cineastas, no sólo japoneses, sino universales, de todos los tiempos, lo que podríamos decir que ya logró unos años antes gracias a su monumental "Happy Hour".
Sin embargo el relato en el que se sumerge, parte de "Hombres sin Mujeres", resulta algo escueto, y se esfuerza en componer un elaborado trabajo con otros de esa misma antología para dotar de un pasado y un futuro al argumento y sus personajes, conservando la pieza narrativa fundamental, extraída de "Drive my Car".
Él y Takamasa Oe escriben un guión que, cual obra teatral, estará fragmentado en varios actos. El primero actúa de prólogo y presenta, desde la oscuridad interior de un apartamento iluminado con las primeras luces del alba, a Yusuke y Oto, matrimonio de artistas, uno en el teatro, la otra en la televisión, instalado en una rutina de distancia insalvable pese a la fuerte conexión emocional y sobre todo sexual que comparten, tema que ya ha explorado antes el director desde múltiples perspectivas; y como siempre hace, deja que los protagonistas, habida cuenta de la incomunicación que sostienen, vayan descubriéndose poco a poco ante nosotros.
Varios elementos irrumpen en su hermético mundo: una historia misteriosa creada por Oto a partir del acto sexual; su infidelidad con un desconocido que pudiera ser Koji, el joven actor, fan y colaborador que ella presenta a Yusuke; una obra de teatro de Chekhov ("El tío Ványa") preparada por ambos a través de cintas de cassette. Mientras el espectro del pasado lo figura una hija fallecida por neumonía y un accidente de coche afecta a la visión del hombre, lo que implica un gran obstáculo a la hora de discernir la verdadera realidad (la infidelidad será descubierta a través del reflejo en el espejo), una nueva comienza con la muerte de la esposa, repentina y silenciosa...
Elementos cada uno distribuidos por el minucioso guión con un propósito, nunca casual o accidentado. La desquiciante atmósfera modelada en este largo prólogo a través del sosiego abrumador siempre logrado por Hamaguchi y apoyado en las suaves sombras y luces que proyecta Hidetoshi Shinomiya con su toque elegante y sobrio, adquieren una dimensión más amplia cuando abre el 2.º acto en carretera a bordo del Saab rojo del protagonista, en ruta hacia una Hiroshima que será (por casualidad, ya que el rodaje estaba pensado en Busan) el escenario primordial y significativo de la película.
Éste, que viste siempre de negro cual espectro en el limbo existencial, es un hombre en duelo constante, bloqueado emocionalmente y aferrado a un pasado en el que se ve incapaz de penetrar ahora, dos años después; pasado cuyo nexo es la voz de Oto, quien "dialoga" con él a través de las cintas grabadas, y cuya presencia se dispone como una entidad omnisciente la cual, siempre por medio de su cuento inacabado y sobre todo de "El tío Ványa", manipula las reglas del destino haciendo avanzar y evolucionar las situaciones a la vez que las mencionadas historias, naciendo estos paralelismos que removerán el interior de los personajes al confluir la ficción y su realidad, chocando ambas irremediablemente.
El curioso método de Yusuke, el teatro multilingüe, es un paradigma del esfuerzo por la comunicación al haber estado asfixiado en la incomunicación personal. Compartimos su visión, aún dañada, del entorno, y conocemos a una serie de secundarios de peso en su gran descubrimiento acerca de los sentimientos, siendo el más importante la joven Misaki, chófer que acepta resignado al verse desplazado de otra parte esencial de su vida: conducir su propio destino; ahora deberá ser el pasajero y aprender durante el viaje. El antes tercero en discordia, Koji, regresa para encarar un desafío que será uno de los pilares de la trama...
Pero en esta trama, como es costumbre en los textos de Murakami y así en el cine de Hamaguchi, no se disponen unos seres frontales, más bien dotados de una extrema complejidad y situados entre esas sombras y luces, que se abren cual figura origami, y cada gesto o línea de diálogo suyos es crucial para determinar hechos y consecuencias futuras (como la cicatriz en la cara de Misaki, todo tiene una razón de ser...). Interesante de primeras esa rivalidad que resalta el ego masculino, reflejo de la de Voynitsky y Serebryakov en la obra de teatro, en un intercambio de roles premeditado, pues Yusuke cederá su protagonismo al hombre que tomó su lugar en su propia vida.
Si bien todo lo construido alrededor de la infidelidad sigue siendo misterio y sugerencia, demasiado temprano como para que ya nos sea revelado, tal vez un "macguffin" que nos engaña como a aquél, realmente aplastado al enfrentarse al texto de Chekhov, el cual le descubre a un verdadero "yo" que es incapaz de conocer, de ahí que prefiera asignarle la tarea a otro ser de tinieblas como es Koji...
Curiosamente será él quien arroje luz sobre la incertidumbre que pesa sobre Yusuke, sobre su opacidad emocional y psicológica; pero por ahora también profundizamos en la relación de éste y Misaki, unidos y separados en el espacio que es la cabina del Saab.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
"Pasaremos por largos días, largas veladas, soportando pacientemente las pruebas que nos envíe el destino. Trabajaremos para los demás sin descanso...", concluye esa Sonya amable y sordomuda, "...Y entonces conoceremos una vida maravillosa y limpia, la alegría vendrá a nosotros...". Hamaguchi deja la verdad en apacible oscuridad, sin demonios interiores.
Allí nos quedamos, exhalando un último suspiro para que todo estalle en ese aplauso que es el nuestro, y al fin poder salir de este universo en que la vida esconde su mayor complejidad bajo la más humilde sencillez. Este universo que hemos habitado, sufrido, que nos ha dejado vapuleados y extasiados, pero en donde también hemos sido gratamente recompensados. "Y por fin descansaremos...".
Sin embargo el relato en el que se sumerge, parte de "Hombres sin Mujeres", resulta algo escueto, y se esfuerza en componer un elaborado trabajo con otros de esa misma antología para dotar de un pasado y un futuro al argumento y sus personajes, conservando la pieza narrativa fundamental, extraída de "Drive my Car".
Él y Takamasa Oe escriben un guión que, cual obra teatral, estará fragmentado en varios actos. El primero actúa de prólogo y presenta, desde la oscuridad interior de un apartamento iluminado con las primeras luces del alba, a Yusuke y Oto, matrimonio de artistas, uno en el teatro, la otra en la televisión, instalado en una rutina de distancia insalvable pese a la fuerte conexión emocional y sobre todo sexual que comparten, tema que ya ha explorado antes el director desde múltiples perspectivas; y como siempre hace, deja que los protagonistas, habida cuenta de la incomunicación que sostienen, vayan descubriéndose poco a poco ante nosotros.
Varios elementos irrumpen en su hermético mundo: una historia misteriosa creada por Oto a partir del acto sexual; su infidelidad con un desconocido que pudiera ser Koji, el joven actor, fan y colaborador que ella presenta a Yusuke; una obra de teatro de Chekhov ("El tío Ványa") preparada por ambos a través de cintas de cassette. Mientras el espectro del pasado lo figura una hija fallecida por neumonía y un accidente de coche afecta a la visión del hombre, lo que implica un gran obstáculo a la hora de discernir la verdadera realidad (la infidelidad será descubierta a través del reflejo en el espejo), una nueva comienza con la muerte de la esposa, repentina y silenciosa...
Elementos cada uno distribuidos por el minucioso guión con un propósito, nunca casual o accidentado. La desquiciante atmósfera modelada en este largo prólogo a través del sosiego abrumador siempre logrado por Hamaguchi y apoyado en las suaves sombras y luces que proyecta Hidetoshi Shinomiya con su toque elegante y sobrio, adquieren una dimensión más amplia cuando abre el 2.º acto en carretera a bordo del Saab rojo del protagonista, en ruta hacia una Hiroshima que será (por casualidad, ya que el rodaje estaba pensado en Busan) el escenario primordial y significativo de la película.
Éste, que viste siempre de negro cual espectro en el limbo existencial, es un hombre en duelo constante, bloqueado emocionalmente y aferrado a un pasado en el que se ve incapaz de penetrar ahora, dos años después; pasado cuyo nexo es la voz de Oto, quien "dialoga" con él a través de las cintas grabadas, y cuya presencia se dispone como una entidad omnisciente la cual, siempre por medio de su cuento inacabado y sobre todo de "El tío Ványa", manipula las reglas del destino haciendo avanzar y evolucionar las situaciones a la vez que las mencionadas historias, naciendo estos paralelismos que removerán el interior de los personajes al confluir la ficción y su realidad, chocando ambas irremediablemente.
El curioso método de Yusuke, el teatro multilingüe, es un paradigma del esfuerzo por la comunicación al haber estado asfixiado en la incomunicación personal. Compartimos su visión, aún dañada, del entorno, y conocemos a una serie de secundarios de peso en su gran descubrimiento acerca de los sentimientos, siendo el más importante la joven Misaki, chófer que acepta resignado al verse desplazado de otra parte esencial de su vida: conducir su propio destino; ahora deberá ser el pasajero y aprender durante el viaje. El antes tercero en discordia, Koji, regresa para encarar un desafío que será uno de los pilares de la trama...
Pero en esta trama, como es costumbre en los textos de Murakami y así en el cine de Hamaguchi, no se disponen unos seres frontales, más bien dotados de una extrema complejidad y situados entre esas sombras y luces, que se abren cual figura origami, y cada gesto o línea de diálogo suyos es crucial para determinar hechos y consecuencias futuras (como la cicatriz en la cara de Misaki, todo tiene una razón de ser...). Interesante de primeras esa rivalidad que resalta el ego masculino, reflejo de la de Voynitsky y Serebryakov en la obra de teatro, en un intercambio de roles premeditado, pues Yusuke cederá su protagonismo al hombre que tomó su lugar en su propia vida.
Si bien todo lo construido alrededor de la infidelidad sigue siendo misterio y sugerencia, demasiado temprano como para que ya nos sea revelado, tal vez un "macguffin" que nos engaña como a aquél, realmente aplastado al enfrentarse al texto de Chekhov, el cual le descubre a un verdadero "yo" que es incapaz de conocer, de ahí que prefiera asignarle la tarea a otro ser de tinieblas como es Koji...
Curiosamente será él quien arroje luz sobre la incertidumbre que pesa sobre Yusuke, sobre su opacidad emocional y psicológica; pero por ahora también profundizamos en la relación de éste y Misaki, unidos y separados en el espacio que es la cabina del Saab.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
"Pasaremos por largos días, largas veladas, soportando pacientemente las pruebas que nos envíe el destino. Trabajaremos para los demás sin descanso...", concluye esa Sonya amable y sordomuda, "...Y entonces conoceremos una vida maravillosa y limpia, la alegría vendrá a nosotros...". Hamaguchi deja la verdad en apacible oscuridad, sin demonios interiores.
Allí nos quedamos, exhalando un último suspiro para que todo estalle en ese aplauso que es el nuestro, y al fin poder salir de este universo en que la vida esconde su mayor complejidad bajo la más humilde sencillez. Este universo que hemos habitado, sufrido, que nos ha dejado vapuleados y extasiados, pero en donde también hemos sido gratamente recompensados. "Y por fin descansaremos...".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Sin interferir uno en el universo del otro pese a la presencia compartida, esta relación toma una nueva dimensión en un 3.er acto que ya viene a deshacer algunas sombras; culpables son el intérprete y la chica sordomuda, esos geniales Yoo-rim Park y Dae-yeon Jin como el reverso del matrimonio de Yusuke y Oto, cuya comunicación más allá de la palabra es otra pieza fundamental del aprendizaje de éste con respecto a las relaciones íntimas.
Paradójicamente una Sonya discapacitada es capaz de expresar esto ante los atónitos ojos de unos no poco fascinantes Hidetoshi Nishijima (en un papel que recuerda a su Koichi Takakura de "Creepy") y Toko Miura.
Haciendo gala de una química que se desarrolla de forma perfecta y cada segundo siendo vital en sus interacciones, sus almas opacas se irán transformando en cristales translúcidos por los que intentar observar para discernir qué hay al otro lado. Y la principal llave para entrar son las confesiones de cada individuo, profundas y decisivas, de hecho el clímax de este acto y punto de inflexión en el rumbo del argumento es una, la de Koji a Yusuke; lo que nos habíamos fraguado como un "villano virtual" en la historia se despoja (no el mejor de los aciertos, creo yo) de su máscara y también de la de Oto, a lo largo de una de esas clases magistrales que rara vez hallamos a todos los niveles en el mundo del cine.
Nishijima, Masaki Okada y Hamaguchi dan una lección a nivel interpretativo y de maestría técnica, de tiempo, pausa comunicativa, interacción entre personajes y profundidad emocional y psicológica en esa conversación donde el alma se desnuda y donde la terapia psicosexual y la fatalidad romántica de la mujer, la poderosa presencia invisible que ha unido a esos dos hombres, toma otro significado; la infidelidad como acto de rutina para acallar los demonios interiores, y el cuento inacabado de la muchacha deja de ser una aventura escabrosa y sórdida para transformarse en otra confesión acerca de la impenetrabilidad del espíritu, el determinismo y la muerte.
¿No podría ser Yusuke el reflejo de ese hogar al que la chica, violada entre sus paredes, ya no puede entrar pues la llave ha desaparecido?, ¿y Oto esa joven protagonista sorprendida al encontrarse en el mismo mundo de soledad y deseo tras la tragedia, apartada por la incomunicación y observada desde arriba como una carcasa de culpa e impotente silencio? A este punto se plantea la prueba de fuego para el hombre que no conocía, ya habiendo atisbado algo de luz en su periplo existencial de sombras; pero retorcido en sus virajes, el guión, en una jugada maestra y muy conveniente, se deshace de Koji, ese Voynitsky suplantador, y desafía a Yusuke a retomar dicho papel que antes no podía encarnar.
Esta sucesión de dramáticos hechos nos lleva de la manera más fluida y creíble a los parajes abiertos e inhóspitos de un 4.º acto de redención, búsqueda de identidad y reconciliación cual "Paris, Texas", adquiriendo por fin "Drive my Car" la forma definitiva de "road movie" y planteándose una aceptación de roles ya formulada mucho antes entre el protagonista y su conductora (donde una es la hija que aquél perdió hace tiempo y éste el padre al que ella jamás conoció). Viaje desde esa Hiroshima que tan bien conecta con los personajes, con respecto a las heridas del pasado, a un destino en el que Misaki desentierra sus secretos para encararlos desde una perspectiva más madura y humana.
Esta relación que lleva retroalimentándose y creciendo desde tiempo atrás alcanza su cenit en una secuencia de nuevo triunfo de la química y la desnudez del alma; entre los escombros que quedaron lejos y ese paisaje nevado que es un Cielo en la tierra, silencioso y abrumador, el hombre aferrado a ese pasado de fantasmas y la chica que huía hacia un futuro incierto por fin se encuentran en un presente de transparencia espiritual y comprensión mutua.
Y así Yusuke puede recuperar su lugar tanto en el Mundo y en la vida como en la tan temida obra de teatro...
Paradójicamente una Sonya discapacitada es capaz de expresar esto ante los atónitos ojos de unos no poco fascinantes Hidetoshi Nishijima (en un papel que recuerda a su Koichi Takakura de "Creepy") y Toko Miura.
Haciendo gala de una química que se desarrolla de forma perfecta y cada segundo siendo vital en sus interacciones, sus almas opacas se irán transformando en cristales translúcidos por los que intentar observar para discernir qué hay al otro lado. Y la principal llave para entrar son las confesiones de cada individuo, profundas y decisivas, de hecho el clímax de este acto y punto de inflexión en el rumbo del argumento es una, la de Koji a Yusuke; lo que nos habíamos fraguado como un "villano virtual" en la historia se despoja (no el mejor de los aciertos, creo yo) de su máscara y también de la de Oto, a lo largo de una de esas clases magistrales que rara vez hallamos a todos los niveles en el mundo del cine.
Nishijima, Masaki Okada y Hamaguchi dan una lección a nivel interpretativo y de maestría técnica, de tiempo, pausa comunicativa, interacción entre personajes y profundidad emocional y psicológica en esa conversación donde el alma se desnuda y donde la terapia psicosexual y la fatalidad romántica de la mujer, la poderosa presencia invisible que ha unido a esos dos hombres, toma otro significado; la infidelidad como acto de rutina para acallar los demonios interiores, y el cuento inacabado de la muchacha deja de ser una aventura escabrosa y sórdida para transformarse en otra confesión acerca de la impenetrabilidad del espíritu, el determinismo y la muerte.
¿No podría ser Yusuke el reflejo de ese hogar al que la chica, violada entre sus paredes, ya no puede entrar pues la llave ha desaparecido?, ¿y Oto esa joven protagonista sorprendida al encontrarse en el mismo mundo de soledad y deseo tras la tragedia, apartada por la incomunicación y observada desde arriba como una carcasa de culpa e impotente silencio? A este punto se plantea la prueba de fuego para el hombre que no conocía, ya habiendo atisbado algo de luz en su periplo existencial de sombras; pero retorcido en sus virajes, el guión, en una jugada maestra y muy conveniente, se deshace de Koji, ese Voynitsky suplantador, y desafía a Yusuke a retomar dicho papel que antes no podía encarnar.
Esta sucesión de dramáticos hechos nos lleva de la manera más fluida y creíble a los parajes abiertos e inhóspitos de un 4.º acto de redención, búsqueda de identidad y reconciliación cual "Paris, Texas", adquiriendo por fin "Drive my Car" la forma definitiva de "road movie" y planteándose una aceptación de roles ya formulada mucho antes entre el protagonista y su conductora (donde una es la hija que aquél perdió hace tiempo y éste el padre al que ella jamás conoció). Viaje desde esa Hiroshima que tan bien conecta con los personajes, con respecto a las heridas del pasado, a un destino en el que Misaki desentierra sus secretos para encararlos desde una perspectiva más madura y humana.
Esta relación que lleva retroalimentándose y creciendo desde tiempo atrás alcanza su cenit en una secuencia de nuevo triunfo de la química y la desnudez del alma; entre los escombros que quedaron lejos y ese paisaje nevado que es un Cielo en la tierra, silencioso y abrumador, el hombre aferrado a ese pasado de fantasmas y la chica que huía hacia un futuro incierto por fin se encuentran en un presente de transparencia espiritual y comprensión mutua.
Y así Yusuke puede recuperar su lugar tanto en el Mundo y en la vida como en la tan temida obra de teatro...