Hay una escena al principio del drama de Marc Forster que se desarrolla en un bar de motociclistas en Pensilvania. Es la presentación del protagonista Sam Childers, protagonizado por Gerard Butler, quien es productor ejecutivo.
Es la historia de la vida real de Sam Childers , un fornido albañil que encuentra a Jesús después una vida de macarra.
Childers viaja a Sudán, donde construye un orfanato para las víctimas de la guerra civil de larga duración.
No es el MISIONERO TIPO, es una especie de Rambo africano, escoltando a decenas de niños lindos a un hospicio fundado por él .
No es de extrañar que a Butler le apeteciera esto: encaja perfectamente con su tipo de personajes favoritos: justiciero y héroe de acción.
El director Forster no duda en lo dudoso que era el personaje de Childers antes de su rehabilitación espiritual: sus palabras son duras a su esposa interpretada por Michelle Monaghan al discutir con ella en una importante escena en que le echa en cara su pasado de quizás "pretty woman" .
Hay mucho tiempo dedicado a la lucha espiritual de Childers.
Monaghan es lo ideal como su esposa; Michael Shannon y sus ojos saltones es el mejor amigo vulnerable de nuestro héroe.
También la narración es un poco irregular, prisionera de una historia personal en lugar de una especialmente definitoria: hay agujeros en la trama tan repentinos que la película se ve obstaculizada.
Lo que le falta es equilibrio: nunca descubrimos por qué luchan los enemigos de Childers, ni mucho menos sobre el trasfondo del conflicto aunque se nos muestran sin cesar los resultados de horribles actos de violación, tortura y matanza, pero la película aprueba en su conjunto con nota...