Durante más de hora y media, una pareja de raza negra (destaco lo de la raza porque ellos lo hacen casi todo el tiempo), él director y ella actriz de cine, entablan un combate cuerpo a cuerpo, duro y sin compasión alguna, en el que salen a relucir todas sus miserias y algunas de sus bondades. Sin más decorado que el interior de una moderna casa y sin más armas que la palabra, el combate resulta a veces casi cruento y siempre ensordecedor. Dos almas y dos cuerpos en constante movimiento, como dos reptiles que se vigilan y acosan alternativamente. Unas interpretaciones, las de ambos, de las que te hacen contener el aliento, en un escenario sobrio, que parece más el de un teatro que el de un set de rodaje.
Tal vez resulta en exceso largo el monólogo que él dedica a la crítica que una periodista ha hecho de su película, pero ese puede ser su único fallo de guión. Mención aparte se merecen el traductor de los diálogos al español, así como el excelente trabajo de los dobladores. Poneros un cubata al lado, y no os la perdáis.