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Voto de Rick el acomodador:
9
7,0
3.523
Drama
Mientras toda Irlanda se preparaba en junio de 1998 para votar en referéndum el Acuerdo de Paz de Viernes Santo, un grupo de disidentes del IRA Provisional llevó a cabo un atentado con el fin de provocar la ruptura entre Londres y Dublín y el consiguiente abandono del proceso de paz. Este grupo, que se autodenominó IRA Auténtico, eligió para el atentado Omagh, una pequeña localidad en la que católicos y protestantes habían convivido ... [+]
1 de abril de 2010
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Está casi todo dicho sobre esta película tan valiente, frontal y tan poco imitada en la filmografía española. Una España a la que, por otro lado, no le faltan argumentos en este sentido para seducir a guionistas, directores y productores.
Gerard McSorley no parece un actor. Solo es el padre desesperado en la búsqueda esperanzada de su hijo entre los heridos del atentado, y entre periodistas, confidentes, vecinos, policías, familia y familiares de otras víctimas.
El guión no puede ser más certero. Y a Pete Travis hay que seguirlo.
Si a la primera media hora de película le sumamos la escena de estos familiares de las víctimas, con sus fotos en la mano, encarándose a los fariseos de turno... Esa madre arrodillada en el asfalto mojado, alisando la fotografía maltratada de su hijo asesinado... Y si a esto sumamos, desde la última rueda de prensa que da Gallaguer a los periodistas, hasta el final del metraje, obtendremos muchos, pero que muchos minutos de celuloide orgánico, de película visceral y razonable, de oro en barras para arrojar a la conciencia de culpables y culpables inocentes, esos silenciosos consentidores, colaboracionistas y bobalicones que somos - unos más y otros menos - casi todos.
Y es que la verdadera injusticia es que las bombas, innecesarias siempre e inconvenientes con frecuencia, no sepan silenciar por igual, a las desafortunadas víctimas de la tragedia, y a todas las personas que llegaron a conocer a todos los recientes desaparecidos. Es una pena tenerse que enfrentar a esas "moscas cojoneras" de indivíduos que parecen no entender, que con esa actitud, no ayudan a calmar a los violentos. A apaciguarlos.
¡Con la de trabajo que tienen las autoridades tras un atentado! No se dan cuenta.
Gerard McSorley no parece un actor. Solo es el padre desesperado en la búsqueda esperanzada de su hijo entre los heridos del atentado, y entre periodistas, confidentes, vecinos, policías, familia y familiares de otras víctimas.
El guión no puede ser más certero. Y a Pete Travis hay que seguirlo.
Si a la primera media hora de película le sumamos la escena de estos familiares de las víctimas, con sus fotos en la mano, encarándose a los fariseos de turno... Esa madre arrodillada en el asfalto mojado, alisando la fotografía maltratada de su hijo asesinado... Y si a esto sumamos, desde la última rueda de prensa que da Gallaguer a los periodistas, hasta el final del metraje, obtendremos muchos, pero que muchos minutos de celuloide orgánico, de película visceral y razonable, de oro en barras para arrojar a la conciencia de culpables y culpables inocentes, esos silenciosos consentidores, colaboracionistas y bobalicones que somos - unos más y otros menos - casi todos.
Y es que la verdadera injusticia es que las bombas, innecesarias siempre e inconvenientes con frecuencia, no sepan silenciar por igual, a las desafortunadas víctimas de la tragedia, y a todas las personas que llegaron a conocer a todos los recientes desaparecidos. Es una pena tenerse que enfrentar a esas "moscas cojoneras" de indivíduos que parecen no entender, que con esa actitud, no ayudan a calmar a los violentos. A apaciguarlos.
¡Con la de trabajo que tienen las autoridades tras un atentado! No se dan cuenta.