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España España · Barcelona
Voto de Rómulo:
8
Drama. Comedia Daniel Mantovani, escritor argentino galardonado con el Premio Nobel de Literatura, hace cuarenta años abandonó su pueblo y partió hacia Europa, donde triunfó escribiendo sobre su localidad natal, Salas, y sus personajes. En el pico de su carrera, el alcalde de Salas le invita para nombrarle "Ciudadano Ilustre" del mismo, y Montavani, contra todo pronóstico, decide cancelar su apretada agenda y aceptar la invitación. (FILMAFFINITY)
30 de noviembre de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El ciudadano ilustre

Como en las mejores familias, aquí todo se queda en casa. Mariano Cohn y Gastón Duprat, argentinos, cuarentones en efervescente plenitud, socios y amigos, fundadores y propietarios del canal norteño "Televisión Abierta", en el que han cosechado éxito tras éxito en numerosas producciones para su cadena, se encargan de la dirección de esta soberbia y demoledora cinta que es "El ciudadano Ilustre. El hermano de Gastón, Andrés (director del Museo de Bellas Artes), escribe el guion y la fotografía también corre a cargo del mismísimo Mariano Cohn. Desde el altar de la excelencia en donde sólo ofician los elegidos, este trío de formidables talentos ha construido un estupendo relato. Como justo reconocimiento mereció la Copa Volpi en el último Festival de Venecia y ha sido recientemente elegida por la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Argentina para representar a su país en la carrera de los Oscar a la mejor película extranjera. Así que no estamos ante cualquier producto manufacturado para consumir y arrinconar de inmediato en el desván del olvido. Sería temerario conjeturar sobre si el destino que le espera a esta contundente realización en tan extenuante prueba son los laureles del ganador, pero sí me atrevería a asegurar que llegará muy lejos porque reúna todos y cada uno de los elementos que hacen de ella una seria candidata al título.
El espectador tendrá al comienzo la sensación de que va a asistir a un sainete costumbrista algo engolado y presuntuoso, no exento de casposo humor gaucho en algún extraviado lugar alejado de Buenos Aires sobre los interminables horizontes de la pampa argentina. Pero a medida que la historia avanza, lo que en un principio son gruesas pinceladas de hilarante comicidad provinciana pronto se convertirán en la más profunda y espeluznante de las pesadillas. El retrato de la bestialidad humana, su feroz e ilimitada ignoracia, la envidia y el odio eternamente adheridos como una segunda piel, el desprecio por todo lo que nos eleva y dignifica están fielmente reflejados en una comunidad estancada y condenada a permanecer en los orígenes cavernícolas del tiempo. Una despiadada crítica, irónica y punzante, se expresa a través de un humor ácido, correoso, casi tenebrista y unos diálogos brillantes y descarnados, donde la narración enfrenta la civilización a la barbarie, el juicio y la reflexión a la estupidez y, en cierta forma, recrea el mito salvaje de la caverna que Platón nos expuso con pasmosa lucidez.
El veterano actor, autor y director de teatro Óscar Martínez, que como ya he dicho, consiguió en Venecia el premio a la mejor interpretación, es el ilustre ciudadano que vuelve -en mala hora y después de 40 años- a sus humildes orígenes luego de haber conquistado fama y prestigio mundial muy lejos del terruño que le vio nacer. En él recaerán todas las miserias, el egoísmo y la recalcitrante pobreza intelectual y moral de un rebaño asilvestrado que se enerva hasta la locura cuando no entiende más argumentos que la sinrazón que ha conocido desde que tiene memoria.
Y si el deseo subconsciente, o esa incorregible vanidad porteña que todos cultivamos con mayor o menor perseverancia, se ha proyectado o no en la evocadora ensoñación de sus geniales creadores es algo que tampoco me atrevo a aventurar. Pero no deja de ser muy llamativo que la gloria universal que exhibe su imaginario personaje, el escritor Daniel Mantovani, pampero de pura cepa, desgraciadamente adversa a la realidad argentina, sea una distinción que ni siquiera el inmortal Borges pudo alcanzar.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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