Tengo mala suerte con Woody Allen. Resulta que las pelis que cazo a medio empezar en la TV con anuncios por doquier son la que más me gustan, y cuando busco aquellas que parecen ser sus mejores obras, la cosa flojea un poco o un mucho.

Woody Allen me parece un muy buen director. De los poquísimos que no se ha vendido vilmente a la tecnología para engalanar su obra. Pero, tiene un pero, un gran pero, algunas veces no controla la aparición del sexo en las películas, se le va de las manos hasta el punto de que casi todo gira en torno a lo mismo.

El problema de las gracias sexuales es que suelen ser el recurso de los que no saben hacer reír con otra cosa. Es como cuando un adulto no sabe hacer reír a los niños, siempre queda el recurso del culo-caca-pedo-pis, pero al coste de la propia dignidad, o casi. Pues los chistes de sexo son casi siempre el culo-caca-pedo-pis de los mayores, con el agravante añadido de que ya están todos contados y repetidos mil veces.

Por eso cuando la primera escena es de sexo explícito donde la gracia está en que les pilla la abuela, me da un bajón porque hasta en una peli de Esteso y Pajares la cosa se rodaría de forma más sutil. Hay chistes repetidos que se hacen cargantes - si, lo he pillado Allen, no hace falta que lo vuelvas a meter con calzador -.

El tema no es si el personaje está basado en una persona real, o si es autobiográfico, el tema es que no es hilarante, ni desternillante, ni corrosiva ni de humor intelectual, es de un humor ramplón que, además, sobreabunda.

No hace falta más que encender la tele y pasar un par de canales para que salga un monologuista una película, una serie, un lo que sea, contando chistes de salidorros zafios. No me he pasado un tiempo para buscar algo de calidad, reservar un espacio del día para estar con mi mujer para terminar viendo lo de siempre. Decepcionante.

Por cierto, me quedé dormido.