No se puede negar la originalidad del señor Aronofsky, originalidad que en ocasiones sale bien parada y en otras, como en esta cinta, arriesga demasiado y pierde.

La película tiene su punto, pero es demasiado irregular. La trama tiene como tres cauces de una misma historia, o más bien dos cauces con diferentes argumentos, que en realidad son el mismo y diferentes personajes, que en realidad son los mismos y un tercer cauce que podría decirse que une los otros dos.

Si ponemos los puntos a favor y los puntos en contra, estos últimos acaban ganando por goleada.

En contra juega el hecho de poema zen o filosófico espiritual que inunda toda la película y que no es más que un conjunto de tópicos manidos y ridículos, como ridícula también es la historia del conquistador, sin pies ni cabeza tanto en lo formal como en lo histórico que llega a ser por momentos delirante, pueril y de auténtica vergüenza ajena. Comentario a parte merecen las escenas a lo calvo de kung-fu; sobran todas, sin dudarlo un instante.

A favor destaca la originalidad del símil o metáfora entre la historia del científico y su moribunda mujer y el conquistador y su búsqueda, aunque la primera esté mucho mejor definida y mucho mejor hecha que la segunda, que lo único decente que tiene es su final. También me parecen interesantes algunos momentos de la parte del científico que llegan a alcanzar trazos notables de calidad dramática. Pero por encima de todo, lo mejor es esa sublime actriz llamada Rachel Weisz, estupenda en todo todo tipo de registros y con una capacidad especial para enamorar al espectador con cualquier personaje que interprete.

En definitiva, interesante por original, pero floja en el resto.