Existe un círculo vicioso entre el director y el espectador del cine de festivales. Yo le pido una subvención al Estado para hacer una película y tú la clasificas como arte con mayúsculas, con lo cual conseguimos que yo llene mi plato de alubias y pueda seguir exigiéndole pasta al Ministerio y tú parafrasees a Descartes y sentencies: "veo películas uruguayas, luego soy especial".

Cuando este es el motivo para hacer cine, lo más difícil es justificar la supuesta calidad. Para ello se inventó el viejo truco de ralentizar el ritmo hasta dormir a las ovejas. En "Gigante" todas las escenas relevantes apenas suman una cuarta parte del metraje total, y además para contar una historia sólo admisible en un cortometraje amateur. En cuanto a los diálogos, para que escribirlos si puedes no escribirlos, con el trabajo que da eso.

Una vez desconectado de tan endeble material dramático me he centrado en extraer información del nivel y modos de vida de Montevídeo, porque incluso estas chapucillas son una ventana al mundo. Quizá sea mucho pedir, pero ojalá el resto de países sudamericanos alcancen algún día la madurez de la industria cinematográfica argentina.