En su libro sobre las leyendas urbanas de terror "Tened miedo, mucho miedo" el folklorista Jan Harold Brunvand hace una introducción en el que dice, más o menos (estoy parafraseando) "¿Eres un adulto? ¿Y a que tienes miedo? ¿A Drácula y al Hombre Lobo, o a que te digan que hay que sustituir toda la fontanería de tu casa?"

Actualizándolo un poco, no sé qué adulto tiene hoy en día miedo (lo que se dice miedo) a sufrir una posesión demoniaca, o a pasar el fin de semana con un grupo de universitarios idiotas en el campo, siendo acosados por un asesino con una motosierra.

O lo que de verdad te aterroriza son tus fantasmas interiores, las cosas que piensas cuando no puedes dormir y que no le confiesas a casi nadie.

Y esto es, precisamente, de lo que trata este episodio de Black Mirror, cuando todavía disfrutábamos de la gloriosa temporada tres y la serie demostraba que, puestos a asustar, puede ser la mejor.

Y que una cosa es el terror de muñecas antiguas con caras rotas (que, por otra parte, son pavorosas) y otro, muy diferente, tus terrores personales e intransferibles.

Una empresa de juegos de realidad virtual quiere probar su nuevo juego de terror, cuyo objetivo es crear una experiencia personal de miedo. Es decir, basar el juego en los miedos de cada uno.

Entre nosotros, no sé quién pagaría por vivir semejante aventura y dudo en cuántos repetirían la partida, una vez conocieran el juego.

Por otra parte, si una empresa pudiera realmente leer todos tus miedos íntimos ¿Qué uso podría darle a esa información? Eso sí que es pavoroso.

Gran personaje, y muy bien interpretado por Wyatt Russell, el protagonista: una especie de mochilero despreocupado (solo me sorprende que no sea surfero ni toque la guitarra) que solo quiere sacarse un extra para continuar su vuelta al mundo.

En definitiva, un capítulo no tan famoso como otros, pero que merece mucho la pena.