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Voto de Antonio Morales:
8
Drama. Bélico Junio de 1940. Centenares de franceses, entre los que se encuentran la pequeña Paulette y sus padres, se dirigen en un desesperado éxodo hacia el sur de Francia. Los aviones nazis sobrevuelan el camino y bombardean sin piedad a la multitud. Los padres de Paulette y su perro mueren durante el ataque. Alguien lanza el cadáver del animal al río, pero la niña, incapaz de separarse de él, decide seguirlo, lo que propicia su encuentro con ... [+]
23 de agosto de 2015
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mientras los maravillosos acordes de la guitarra del maestro Narciso Yepes suenan en mi reproductor de CD, evocando la música que ilustra poéticamente “Juegos prohibidos”, intento escribir unas palabras coherentes que describan lo que he sentido y disfrutado al volver a ver esta conmovedora película de René Clément, premiada con el Oscar a su calidad, pues aún no se había instaurado el Oscar en lengua extranjera. La película, una de sus más populares junto a la grandiosa “A pleno sol”, me ha parecido un sencillo y emotivo relato que muestra la peculiar amistad que se establece entre la pequeña Paulette (Brigitte Fossey), una niña de cinco años cuyos padres han fallecido en un bombardeo de los alemanes, y Michell (George Poujouly), de once años, hijo de unos granjeros que adoptan a la niña.

La barbarie de la guerra y la sombra cotidiana de la muerte provoca que los niños se entretengan, inocentemente, con un macabro juego infantil, consistente en enterrar uno al lado del otro a todos los animales muertos que encuentran por las cercanías, llegando a construir un pequeño camposanto adornado con flores y cruces sustraídos de un cementerio local. De este modo, la idea de la violencia colectiva queda metafóricamente reflejada en la obsesión infantil hacia los entierros por parte de los niños que, muy pocos días antes, han presenciado la muerte de sus seres queridos, sus padres, en caso de la niña, su hermano mayor, en caso del niño. Filmada en blanco y negro por el operador Robert Juillard, a veces luminosa y a veces fantasmagórica.

La película hace gala de un peculiar detallismo al mostrar la tragedia humana, transmitiendo como un clima perturbador, uno de los aspectos más llamativos reside en su manera poética de mostrar la muerte como un elemento inquietante pero, a fin de cuentas, natural, por medio de una curiosa insistencia en la presencia de animales de todo tipo (caballos, perros, ratones, vacas, polluelos y cucarachas) que componen una suerte de sinfonía visual que conducen el relato hacia extremos inesperadamente abstractos. Una película mágica, de atmósfera extraña e insegura que nos conduce a un inevitable pesimismo por la abyecta irracionalidad de los hombres. Es lo que a grandes rasgos me sugiere esta inolvidable y humilde película que recomiendo encarecidamente.
Antonio Morales
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