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Voto de Antonio Morales:
7
Thriller. Intriga El profesor de simbología religiosa Robert Langdon, absorto en la investigación de una antigua secta satánica, la de los "Illuminati", busca el arma más mortífera de la humanidad (antimateria), que algunos miembros de esta secta han introducido en el Vaticano. Langdon y una científica italiana se lanzan a una carrera contrarreloj para evitar el desastre. Tras "El código da Vinci", Tom Hanks vuelve a interpretar al profesor Langdon. (FILMAFFINITY) [+]
15 de julio de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El éxito editorial de “El código Da Vinci” en 2003, lanzó a la fama a su autor, Dan Brown, y dio nueva vida comercial a su antecedente literario, “Ángeles y demonios”. En ésta, que se había publicado tres años antes, había surgido el personaje protagonista de ambas. Se trata de Robert Langdon, un profesor de la Universidad de Oxford experto en simbología religiosa, mezcla de Indiana Jones y Guillermo de Baskerwille de “El nombre de la rosa” que se enfrenta a complejas conspiraciones político-religiosas.

Las adaptaciones al cine de ambos libros, dirigidas por el anodino Ron Howard y protagonizadas por un discreto Tom Hanks, han seguido el orden inverso a su publicación. La diferencia con las novelas es que la precuela literaria se ha convertido en secuela en el cine. Es decir, los hechos se narran como si fueran posteriores y no anteriores, a los ocurridos en “El código Da Vinci”. El enemigo a quien se enfrenta el audaz Langdon es en esta ocasión una sociedad secreta. Dicha sociedad fue fundada en Baviera (Alemania) en 1776, la Orden de los Perfectibilistas, más conocida como los Illuminati, funciona como una sociedad secreta con la intención de derrocar a todos los gobiernos del mundo, así como las religiones, para instaurar un nuevo orden mundial. El control lo ejercerían entonces creando una moneda y un credo únicos.

En la primera secuencia del film, tenemos noticia de que el Papa ha muerto; entonces, asistimos a una serie de rituales religiosos – a rotura del sello papal, la reunión del cónclave para elegir nuevo pontífice – que Howard filma con la solemnidad de “Las sandalias del pescador” de Michael Anderson. De ahí pasamos a otra secuencia impactante, pero de tonalidad a lo James Cameron: está ambientada en un laboratorio de alta tecnología, donde se lleva a cabo un experimento científico de condensación de antimateria, produciéndose el robo de uno de sus componentes. No hay que ser un lince para intuir que la trama va a girar a partir de ese momento sobre dos polos aparentemente opuestos, la ciencia y la religión, dos asuntos destinados a dotar al film de una pátina “culta” de la que, en puridad de conceptos, carece por completo.

A pesar de repetir algunos de los defectos de “El código Da Vinci” – su pomposidad, el abundante recurso a estereotipos y a golpes de efecto, más efectistas que ingeniosos -, hay algo en él que lo hace preferible a su antecesor. La intriga propiamente dicha no es nada original: el secuestro y ejecución cada hora de los cuatro principales cardenales aspirantes al papado. Crímenes asociados a los cuatro elementos (tierra, fuego, aire y agua). Señalo más bien el interesante paisaje íntimo del relato, de tal manera que la Ciudad del Vaticano y las antiguas iglesias romanas implicadas en la trama con sus oscuras catacumbas y pasadizos secretos, devienen escenarios de novela gótica que, en sus mejores momentos, confiere cierta densidad y una incómoda atmósfera al conjunto. En mi caso personal, he practicado el juego de reconocer las localizaciones romanas que aparecen en la película, haciéndome recordar mi visita de vacaciones a la ciudad eterna.
Antonio Morales
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