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Voto de Antonio Morales:
9
Drama. Romance Año 1851. Ada, que es muda desde niña, acaba de enviudar. Un matrimonio concertado la obliga a dejar su Escocia natal y viajar a Nueva Zelanda, acompañada de su hija y de su piano. Allí conoce a su futuro marido, un próspero granjero que se niega a llevar a casa el piano. Abandonado en la playa, el instrumento será rescatado por un vecino que establece un extraño pacto con Ada: él la dejará usar su piano a cambio de que ella se deje tocar. (FILMAFFINITY) [+]
25 de octubre de 2013
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
De niña Jane Campion, directora y guionista de esta fascinante película, solía contemplar desde el lecho de su madre el cuadro que adornaba su alcoba, una reproducción del célebre pintor francés, Henri Rousseau titulado “Mujer en el bosque” (es fácil de encontrar en Google), esa figura femenina, tocada por el misterio, le fascinaba. Y quizá su recuerdo, amarillento con el paso del tiempo, junto a un retrato color sepia de la fotógrafa victoriana Margaret Cameron, contribuyera a forjar en su inconsciente la esencia de Ada, la heroína de “El piano”, pese a que la directora fijase en la nítida visión del instrumento musical en medio de una playa desierta, aislada de un fragmento de sueño el motivo inspirador de la película.

Campion nos ofrece un compendio de sus aficiones, la pintura, sus lecturas románticas y sus estudios de antropología. La sensibilidad de las hermanas Brönte se vuelca en el archipiélago australiano hacia mediados del siglo XIX, las olas espumosas estrellándose contra los acantilados rocosos, el verdor esmeralda impregnado de neblinas azuladas, la lluvia convirtiendo los caminos escarpados en lagunas de barro. A estos inhóspitos parajes llega Ada (una extraordinaria Holly Hunter), procedente de Escocia, muda desde la más tierna infancia, con su hija de nueve años (Anna Paquin) en un matrimonio arreglado con un hombre desconocido, Stewart (Sam Neill), un colono altivo y mezquino. Enigmática, inescrutable, tan frágil como obstinada, con un moño severo y mirada insolente, protegida tras las alas de su sombrero, se clava en quienes osan contrariarla.

Su única voz es la música arrancada con los dedos a su piano; y es susurro voluptuoso, al tiempo que grito desgarrado. Michael Nyman compuso una música sublime inspirada en el folclore escocés y músicas populares que transmiten sin palabras el estado de ánimo de Ada – satisfacción, temor, tristeza, rebeldía, deseo -, en la película se establece una lucha sutil entre el puritanismo de la sociedad victoriana y una concepción del erotismo en armonía con la naturaleza. Su vecino Baines (Harvey Keitel) ha rescatado el piano abandonado en la playa, le ha cambiado a Stewart el tesoro más preciado de su mujer, por unas tierras codiciadas, es un hombre analfabeto y rudo, pero sensible, en cuanto aprecia la belleza de la música y, a través de ella, descubre la sensualidad de su intérprete, con la que se comunica a través de la música, en realidad solo escucha y admira.

Una película de una belleza plástica memorable, unos detalles visuales asombrosos, imaginativa y lúcida a la vez, una sensualidad sublime y una hermosura indescriptibles, los gestos, las miradas, los silencios, el deseo como fuerza liberadora. Trasladando los sentimientos al límite, con una evidente carga romántica y amplitud poética, un aire mágico que sólo una mujer es capaz de transmitir. Porque el premio de la pasión verdadera es para aquel que arriesga. La dirección artística muy cuidada y una fotografía soberbia de Stuart Dryburgh con planos que cortan el aliento, los actores perfectos. Un film para sibaritas de distinguido paladar.
Antonio Morales
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