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Voto de Antonio Morales:
8
Drama Walt Kowalski (Clint Eastwood), un veterano de la guerra de Corea (1950-1953), es un obrero jubilado del sector del automóvil que ha enviudado recientemente. Su máxima pasión es cuidar de su más preciado tesoro: un coche Gran Torino de 1972. Es un hombre inflexible y cascarrabias, al que le cuesta trabajo asimilar los cambios que se producen a su alrededor, especialmente la llegada de multitud de inmigrantes asiáticos a su barrio. Sin ... [+]
28 de octubre de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película, amarga y pesimista, aunque salpicada de un cierto tono de comedia, recrea la delincuencia, la inmigración y la guerra de etnias, los problemas de nuestro tiempo. También refleja la violencia juvenil, y la soledad e inadaptación de nuestros ancianos. Porque en el fondo, el cineasta Eastwood lo que quiere hacernos ver es la triste existencia que espera a Walt Kowalski (el propio Eastwood), poniendo como excusa lo expuesto anteriormente, lejos de tramas paterno filiales y mafiosos juveniles, que al cineasta interesan poco. La verdadera tragedia reside en ese mundo que rodea al anciano, la crónica de ese mundo que se desmorona a marchas forzadas tras el fallecimiento de su esposa, a la que amaba con devoción. Provocando un aislamiento cada vez mayor dentro de una sociedad, que a su pesar, ha ido evolucionando a sus espaldas, sin que él se pueda adaptar.

Excombatiente de Corea y jubilado de la fábrica Ford, este huraño cascarrabias, desconfía de sus hijos y nietos, porque en realidad tiene motivos para ello. Los constantes gruñidos dirigidos hacia sus nietos: el trazo irritante y caricaturesco, proviene de que así los ve el anciano, como aves de rapiña, materialistas y desalmados. En este sentido, resulta ejemplar la utilización dramática que el cineasta hace del elemento, a primera vista anecdótico, como el Ford Gran Torino de 1972, que el protagonista guarda en el garaje. El momento en que Kowalski lo encera y abrillanta en su porche está visualizado por el cineasta con una evidente melancolía porque, después de todo, el coche del que se siente orgulloso es el recuerdo de esa juventud añorada, y que el anciano es consciente que no volverá.

Solitario y contumaz racista, cuya única compañía era su viejo perro, Kowalski finalmente ha cedido a la amistad de sus vecinos hmong, emigrantes de Corea que han “invadido” el barrio, parece que ha soltado amarres y prejuicios con el pasado, encontrando compañía en el joven Thao, un chico noble al que el anciano pretende alejar de las malas compañías. Pero Kowalski es consciente de las limitaciones de su edad, no es un héroe justiciero como Harry Callaham ni William Munny. No está en condiciones de enfrentarse violentamente a pandilleros para defender a su protegido, pero juega con la ventaja de la experiencia y seguridad que es capaz de demostrar ante ellos para intimidarlos.

Kowalski es consciente de que en su vida no fue la buena persona que ahora todos alaban, él tiene una deuda consigo mismo que pretende expiar, confesándose a ese joven clérigo que tantas veces rechazó. Le gustaría irse de este mundo con sus deberes hechos, un mundo en el que él no quiere vivir, su mundo ya no existe, por lo que busca la redención de sus pecados. El oasis de felicidad que ha vivido ayudando a Thao, sólo fue un respiro puntual dentro de una sociedad caótica en la que él no tiene lugar.
Antonio Morales
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