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Voto de Antonio Morales:
8
Aventuras. Drama. Fantástico. Intriga París, años 30. Hugo (Asa Butterfield) es un niño huérfano, relojero y ladrón que vive entre los muros de una ajetreada estación de trenes parisina. Nadie sabe de su existencia hasta que le descubre una excéntrica niña (Chloë Moretz) junto a la que vivirá una increíble aventura... (FILMAFFINITY)
22 de septiembre de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hay algo que no se le puede negar a Scorsese es su amor por el cine, estando a veces más o menos acertado, no cabe duda que el cine corre por sus venas desde niño. Con esta película rodada en 3D con todos los avances técnicos del siglo XXI, ha querido rendir su personal homenaje a los pioneros del séptimo arte, que es el arte del siglo XX. Cuando Scorsese anunció que iba a llevar a la pantalla la novela ilustrada “La invención de Hugo Cabret” (2007), de Brian Selznick, su elección no podía ser más consecuente: es la historia de un niño que sueña y su encuentro casual, pero inolvidable, con el hombre que nos enseñó a soñar a lo grande, desde la pantalla de un cine, George Méliès (1861-1939), estupenda interpretación de Ben Kingsley.

Hugo (Asa Butterfield), es un huérfano que vive solo en la estación de París-Montparnasse, ocupando una pequeña buhardilla a la que se llega desde el ruidoso y ciclópeo mecanismo del reloj que domina el amplio vestíbulo de la terminal, donde se topa con Méliès, un arisco anciano de porte aristocrático que arregla y vende juguetes en un modesto kiosco de la estación. Hugo ansía reconstruir un deteriorado y fascinante autómata construido por su padre. El anhelo de Hugo le hace parecerse a Méliès, quien se empeñó en desvelarnos la esencia fantástica del cine en films como “Viaje a la Luna”, puesto que el muchacho imagina, y la imaginación es el más grande motor de la actividad humana.

La película en sí, es una máquina bien lubricada, un fascinante entretenimiento que concilia lo Nuevo y lo Viejo: un virtuoso movimiento de cámara que empieza con unos planos aéreos de París a inicios del siglo XX, nos conduce frenéticamente a través de la bulliciosa estación de tren, desde su exterior, atravesando andenes y portales hasta detenerse en ese gran reloj desde el que curiosea Hugo. Martin Scorsese nos ofrece un relato con sabor dickensiano y toques de Slapstick muy acertado como evocación de esa época.

El ritmo visual es frenético gracias a las nuevas técnicas digitales. ¿Son los informáticos especialistas en CGI (Computer Generated Imagery) los nuevos Méliès del siglo XXI? No deja de ser una idea provocativa y coherente con los planteamientos de la película: quizás todavía se pueda soñar en Lunas de mentirijillas por medio de FX muy sofisticados y en 3D. Pero no sólo se evoca al cine primitivo, también hay una cierta nostalgia por los libros de literatura fantástica y por esas grandes bibliotecas auténticos templos del conocimiento y la cultura.
Antonio Morales
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