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Voto de Antonio Morales:
9
Intriga. Comedia. Drama Chicago, años treinta. Johnny Hooker (Redford) y Henry Gondorff (Newman) son dos timadores que deciden vengar la muerte de un viejo y querido colega, asesinado por orden de un poderoso gángster llamado Doyle Lonnegan (Shaw). Para ello urdirán un ingenioso y complicado plan con la ayuda de todos sus amigos y conocidos. (FILMAFFINITY)
23 de septiembre de 2016
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante la década de los 70, la moda del cine “retro” invadía Hollywood, surgiendo películas brillantes, exitosas y de gran calidad como “El padrino 1 y 2”, “Chinatown” o “El gran Gastby”, además de “El golpe”, películas evocadoras que nos transportaron a tiempos pretéritos. La que comento, es una comedia divertida y vibrante, una obra maestra del cine de entretenimiento en el mejor sentido de la acepción. Que tiene entre otras, dos grandes virtudes: el guión y la dirección de actores. El primero es prodigioso y perfecto, un argumento medido, pues todo encaja perfectamente, donde nada es lo que parece pero todo es deslumbrante por sus giros, trucos y sorpresas argumentales que conducen al espectador al fin que se proponen sus creadores. Es la puesta en escena, de una puesta en escena.

Bajo una dirección de producción descomunal, narra cómo un grupo de pequeños pícaros y delincuentes, estafadores de buen corazón, se confabulan para honrar y vengar la memoria de un compañero y amigo de color, asesinado por un mafioso en el Chicago de la Gran Depresión durante los años 30. A groso modo, se trata de una oda a la amistad, éste sería el pretexto argumental que articula una película infinitamente rica en matices y con un ritmo y una atmósfera maravillosa. La segunda virtud como decía es la dirección de actores. Un Paul Newman y un Robert Redford, al servicio de la trama, y no al revés, elegantemente vestidos y actuando como colegas pícaros y tramposos, rodeados de un grupo de secundarios portentosos. Únicamente hacía falta una melodía pegadiza que desempolvaron de la vieja partitura “The Entertainer” de Scott Joplin, el rey del Ragtime, haciéndola resucitar gloriosamente gracias a la adaptación de Marvin Hamlish.

La fotografía ocre del gran Robert Surtees es colosal, recreando esa atmósfera malsana y viciada, esa lucha contra los poderosos, las callejuelas de los suburbios, ese mundo de pobreza en cuartuchos lúgubres y sórdidos burdeles, son retratados fascinantemente por el veterano operador. Dividida en siete episodios, presentados al estilo del cine mudo, es decir, con sus carteles pintados y titulados que recrean aquella época silente. Donde la trama principal y las subtramas confluyen al final en la dirección inequívocamente perfecta e inesperada, donde el orgullo prima sobre la venganza.

Plena de detalles psicológicos donde El director, Roy Hill nos demuestra su maestría cuando tiene un gran guión. Un “tío vivo” dentro de un burdel, donde se columpian las chicas haciendo tiempo para no aburrirse, me parece una idea genial. La timba en el tren es osada y jocosa, el abyecto Lonnegan (Robert Shaw) soberbio y orgulloso, con su cojera le da al personaje una impronta inquietante. Una película que se sigue sin pestañear, hacía mucho que no la veía, pero que me sigue gustando a pesar de conocerla, en la que siempre descubres detalles y cosas interesantes por su audacia. Magistral película que guardo entre mis favoritas.
Antonio Morales
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