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Estados Unidos Estados Unidos · Nueva York
Voto de Salvapantallas:
7
Drama Los Ángeles, 1962, Crisis de los misiles cubanos. George Falconer (Colin Firth), un maduro profesor universitario británico y homosexual, lucha por encontrarle sentido a la vida tras la muerte de Jim (Matthew Goode), su compañero sentimental. Encuentra consuelo junto a su íntima amiga Charley (J. Moore), que también está llena de dudas sobre el futuro. Kenny (Nicholas Hoult), un estudiante que se esfuerza por aceptar su auténtica ... [+]
9 de octubre de 2010
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si uno camina por las noches azules, azotadas por el viento de ida o de vuelta, con sus olores y sabores más, con las estrellas que no se ven pero se perciben, con la intención de mejorar aquel panorama grisáceo y malintencionado, se dará cuenta la enormidad de momentos de escala entrañable a paupérrimo, ubicación y espacio levemente designados. Son esos los dueños del lugar, esos momentos ensoñadores, afiebrados, amantes de lo estético por revista de ojo, arte si uno está dispuesto a ir en su búsqueda, pero muy poco duraderos, pues se mide por intensidad de mirada, aliento, olor, tacto; la violencia, el desamor, la desesperanza; el gusto, el gozo, la alegría; todos somos, en consecuencia, amos creadores de cuántos momentos sepamos mantener en filo, esenciales. Dícese en la primera clase de cinematografía cuyo país y lugar por confirmar: el film está embelesado por las imágenes, por el control de esas imágenes, por la armonía de los momentos, por cuánto sinónimos podamos añadirle.

Tiene el cine pues, un aire estético necesario e invariable. Aun en las escenas que requieren la mayor crudeza, el cine debe tener los elementos artísticos necesarios, impecables a pesar de sangre, impecables como si estuviéramos hablando de un mantel en blanco del restaurant parisino de la octava calle, aquel con los farolitos. Encima, puedes encontrar cangrejo, caviar, unas pastas o carne sangrienta. ¿Qué más da lo que haya encima? La esencia es el mantel impecable, los cubiertos relucientes, la carta de presentación. Como añadidura, la correcta colocación de los miembros en el tapete, la armonía de vuelo.

A Single Man reúne con limpieza un corolario de gozo, parecido a una melodía suave y accidentada al mismo tiempo, atrevida para retratar, pero sabía para dejar llevar, para ir hilvanando la historia con cada paso de los perfectamente lustrados zapatos del sobresaliente Colin Firth. Son esos momentos, spots como los llamaría el director, construidos al mínimo detalle lo que hace la película un deleite, la belleza de la puesta en escena, lo impecable de su fotografía, encuadrar el maquillaje con el ángulo correcto. Para sintonizar, pegamento, la música de un clasicismo feroz, abriendo puertas en el camino del desgastamiento del ser humano, la lucha por encontrar el sentido de todo este sendero fugaz que es la vida.

Si no se coloca la violencia, rudeza, crueldad, es porque todo eso está en la mente del personaje, del hombre soltero, y la percepción de aquella soledad es tan disfrutable como el fino postre de sobremesa, con la sonrisa de aquel que ha sabido triunfar.
Salvapantallas
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