Miyazaki tiene un sombrero de copa del que salen maravillas. Ahora ha cogido el tradicional cuento “La sirenita” de Hans Christian Andersen, y lo ha transformado a su manera tan fácilmente identificable. El rey de la animación hecha con dibujos (en una etapa en la que el ordenador se ha adueñado de los gráficos) vuelve a hacer gala de su inagotable imaginación y de una gran calidad en el arte del dibujo animado artesanal. Fondo y forma seducen y deslumbran. La agilidad y naturalidad de la narración, los atractivos y bien esbozados personajes, la fantasía y el realismo aunados en perfecta simbiosis, el cuidado diseño de los escenarios, de los detalles y de los fluidos efectos de animación, convierten a “Ponyo en el acantilado” en un cuento sencillo de seguir, estimulante para la sonrisa, y capaz de alegrar cualquier día anodino.
Una historia de amor infantil entre un niño humano y una niña-pez, cuya relación de fraternidad provoca un desequilibrio en las fuerzas mágicas del mar que podría destruir el mundo. Sólo hay una solución…
Aventuras acuáticas inundadas de acción, afecto y un paseo en barco que no se sabe adónde llegará, pues cada nuevo mundo Miyazaki desconoce precedentes, es un estreno por terrenos sin explorar, hilos argumentativos que nos llevan en una aparente deriva a la que nos abandonamos gustosos, deseosos de ver cuál será el siguiente giro de timón, qué nuevo escenario increíble surgirá, qué ocurrirá tras esa colina, ese acantilado o bajo el fondo de las aguas. Un viaje de amor y de tolerancia, de aceptación del otro sin trabas, marcado por una alegría de vivir que no se acaba, de un regreso a la niñez y a la juventud, y tan sólo una condición para que todo vuelva a la normalidad, y el océano se calme.
Un faro que destella en el día y en la noche, como las risas de dos niños felices unidos por la fuerza más potente de la naturaleza.