FA
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Voto de Teresa:
8
6,6
23.501
Drama. Fantástico. Terror
Una remota y misteriosa isla de Nueva Inglaterra en la década de 1890. El veterano farero Thomas Wake (Willem Dafoe) y su joven ayudante Ephraim Winslow (Robert Pattinson) deberán convivir durante cuatro semanas. Su objetivo será mantener el faro en buenas condiciones hasta que llegue el relevo que les permita volver a tierra. Pero las cosas se complicarán cuando surjan conflictos por jerarquías de poder entre ambos. (FILMAFFINITY)
23 de abril de 2020
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son las cinco de la tarde de un día cualquiera del confinamiento. Hace una semana que un amigo y yo habíamos decidido ver El Faro, aunque no teníamos mucha idea de lo que nos íbamos a encontrar. No importa, nos invade la curiosidad; nos gusta el director y ambos pensamos que es una gran opción.
Año 2019, Robert Eggers decide ayudar a su hermano a filmar una versión del relato The Light-House de Edgar Allan Poe, pero al final sin el toque de Poe. No pasa nada, el director de La Bruja puede con esto y con más. Duelo -pensé- entre un gran actor, Willem Dafoe, contra un minúsculo Robert Pattison; sorpresa, Pattison lo hace de lujo también. Una isla y dos fareros que tienen que pasar cuatro semanas en ella, -convivir si es que pueden-, pero en un momento dado el caos se desata.
Aviso de spoiler por falta de espacio:
Empieza la película y con ella la conversación:
Primeros minutos:
—Tía, ¿se ha tirado un pedo?... me dice mi amigo.
— Creo que sí..., primeras risas.
Impacto por las imágenes; no me gusta el sonido de fondo, me pone nerviosa, pero a la vez mola. Más risas
—Tía, otro pedo, ¿pero qué come este tío? (risas)
— Ni idea, ¿judías de bote?.
Empieza la lírica por parte de Dafoe, y con lírica hablo de todo lo que sale por su boca. Pasan los fotogramas (mi compi ha estudiado dirección de cine y comenta que le recuerda a las películas de los años 30 rusas).
Año 2019, Robert Eggers decide ayudar a su hermano a filmar una versión del relato The Light-House de Edgar Allan Poe, pero al final sin el toque de Poe. No pasa nada, el director de La Bruja puede con esto y con más. Duelo -pensé- entre un gran actor, Willem Dafoe, contra un minúsculo Robert Pattison; sorpresa, Pattison lo hace de lujo también. Una isla y dos fareros que tienen que pasar cuatro semanas en ella, -convivir si es que pueden-, pero en un momento dado el caos se desata.
Aviso de spoiler por falta de espacio:
Empieza la película y con ella la conversación:
Primeros minutos:
—Tía, ¿se ha tirado un pedo?... me dice mi amigo.
— Creo que sí..., primeras risas.
Impacto por las imágenes; no me gusta el sonido de fondo, me pone nerviosa, pero a la vez mola. Más risas
—Tía, otro pedo, ¿pero qué come este tío? (risas)
— Ni idea, ¿judías de bote?.
Empieza la lírica por parte de Dafoe, y con lírica hablo de todo lo que sale por su boca. Pasan los fotogramas (mi compi ha estudiado dirección de cine y comenta que le recuerda a las películas de los años 30 rusas).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Pattison quiere saber qué le pasó al otro ayudante, Dafoe le dice que se volvió loco, que empezó a hablar de Sirenas y Tritones y de la luz de San Telmo (historias de marineros sobre las tormentas eléctricas); la paranoia se adueña de nuestras pantallas -y de los protagonistas-, Dafoe se convierte en el compi de piso «perfecto» para el confinamiento, no solo por sus bellas palabras, sino por sus pajas -y no mentales, precisamente- y su comida. Pattison mientras tiene problemas con las gaviotas y desgraciadamente con la bebida y la comida de Dafoe.
— Compi de peli, le digo, espero que te hayas aprendido lo que recita Dafoe en el momento preciso. Dafoe no deja de repetir a Pattison que deje a las gaviotas, que no las ataque o atraerá la mala suerte hacia ellos, pero a Pattison le da bastante igual y termina matando a una –se ceba, en realidad-, así que como es de esperar, sus amigas y la isla se vuelven en su contra. La tormenta se desata y el caos y la locura los asola. Nadie les va a ir a recoger, hay olas enormes, el viento es imparable y tendrán que esperar. Las provisiones se empapan y nadie tiene claro los días que han pasado en la isla. Una langosta desata la lengua –todavía más- de Dafoe:
— Dafoe a Winslow (Pattison) « ¡Maldito seas! ¡Qué Neptuno se te lleve! ¡Óoooyeme! ¡Escucha!,Tritón,¡ escucha! ¡Contempla a nuestro padre, el rey de los mares, emerger de las profundidades, con su furia colérica, entre olas negras rebosantes de espuma salada, para ahogar esta joven boca con lodo agrio, ¡para asfixiarte! anegando tus órganos hasta que se vuelvan azules y tumefactos, con agua de sentina y salmuera sin que ya puedas gritar, hasta que Él, con su nacarada corona de conchas, su ondulante cola de tentáculo y su barba humeante, alce en alto su brazo aleteado y letal y su tridente con rejones de coral, aúlle como un alma en pena en la tempestad y te atraviese el gaznate, desgarrándote hecho ya no una vejiga hinchada, si no una membrana reventada; reventada y sanguinolenta, un despojo que las harpías y las almas de los marineros muertos picoteen, rasguñen y devoren para acabar siendo arrastrado y engullido; engullido por las aguas infinitas del mismísimo emperador del terror, olvidado por todo hombre, por siempre jamás, olvidado por todo dios o demonio; olvidado aun por la mar y que todo resto o parte de Winslow, hasta la menor traza de su alma ya no sea Winslow nunca más, si no en sí, la misma mar !». Winslow — «Está bien, lo que usted quiera; me gusta como cocina».
El director se flipa un poco mostrándonos los sueños o ¿realidad? de Pattison, que se masturba pensando en una sirena, esa imagen a la que se aferra su cordura ¿o locura? -¿Qué hay allí arriba? -pregunta Pattison. -No podrás soportarlo- dice Dafoe. Al final...bueno, tenéis que verla porque si os lo cuento no tiene gracia.
—Mi amigo: Qué suerte tienes de que no haya gaviotas en tu ciudad.
—Aquí tenemos urracas.
Se palpa la soledad de los protagonistas en cada fotograma. Los nervios de punta por el sonido del faro, de las máquinas, del mar y de esas gaviotas. Robert Pattison, demuestra, por fin, y sólo en manos de un buen director, que puede que tenga talento –no hablo de películas malas como Crepúsculo-, si no a que finalmente cambia algo la expresión de su cara, cosa que no ha logrado en ninguna de las posteriores cintas que ha rodado (a pesar de que muchas eran buenas). La fotografía es tan excepcional que pone la piel de gallina.
—Mi amigo: no sé si quedarme con La Bruja o con esta.
—Yo me quedo con ambas, son totalmente distintas, las dos bellamente grabadas y a la vez igual de tenebrosas, amargas, alucinantes (y alucinógenas), oscuras, pero con un gran mensaje, una dirección digna de un auténtico genio de nuestro tiempo y que sabe llevar a sus actores (tanto en La Bruja como en El Faro) a lo mejor de sí mismos, convirtiendo lo que toca en clásico desde el primer fotograma.
— Compi de peli, le digo, espero que te hayas aprendido lo que recita Dafoe en el momento preciso. Dafoe no deja de repetir a Pattison que deje a las gaviotas, que no las ataque o atraerá la mala suerte hacia ellos, pero a Pattison le da bastante igual y termina matando a una –se ceba, en realidad-, así que como es de esperar, sus amigas y la isla se vuelven en su contra. La tormenta se desata y el caos y la locura los asola. Nadie les va a ir a recoger, hay olas enormes, el viento es imparable y tendrán que esperar. Las provisiones se empapan y nadie tiene claro los días que han pasado en la isla. Una langosta desata la lengua –todavía más- de Dafoe:
— Dafoe a Winslow (Pattison) « ¡Maldito seas! ¡Qué Neptuno se te lleve! ¡Óoooyeme! ¡Escucha!,Tritón,¡ escucha! ¡Contempla a nuestro padre, el rey de los mares, emerger de las profundidades, con su furia colérica, entre olas negras rebosantes de espuma salada, para ahogar esta joven boca con lodo agrio, ¡para asfixiarte! anegando tus órganos hasta que se vuelvan azules y tumefactos, con agua de sentina y salmuera sin que ya puedas gritar, hasta que Él, con su nacarada corona de conchas, su ondulante cola de tentáculo y su barba humeante, alce en alto su brazo aleteado y letal y su tridente con rejones de coral, aúlle como un alma en pena en la tempestad y te atraviese el gaznate, desgarrándote hecho ya no una vejiga hinchada, si no una membrana reventada; reventada y sanguinolenta, un despojo que las harpías y las almas de los marineros muertos picoteen, rasguñen y devoren para acabar siendo arrastrado y engullido; engullido por las aguas infinitas del mismísimo emperador del terror, olvidado por todo hombre, por siempre jamás, olvidado por todo dios o demonio; olvidado aun por la mar y que todo resto o parte de Winslow, hasta la menor traza de su alma ya no sea Winslow nunca más, si no en sí, la misma mar !». Winslow — «Está bien, lo que usted quiera; me gusta como cocina».
El director se flipa un poco mostrándonos los sueños o ¿realidad? de Pattison, que se masturba pensando en una sirena, esa imagen a la que se aferra su cordura ¿o locura? -¿Qué hay allí arriba? -pregunta Pattison. -No podrás soportarlo- dice Dafoe. Al final...bueno, tenéis que verla porque si os lo cuento no tiene gracia.
—Mi amigo: Qué suerte tienes de que no haya gaviotas en tu ciudad.
—Aquí tenemos urracas.
Se palpa la soledad de los protagonistas en cada fotograma. Los nervios de punta por el sonido del faro, de las máquinas, del mar y de esas gaviotas. Robert Pattison, demuestra, por fin, y sólo en manos de un buen director, que puede que tenga talento –no hablo de películas malas como Crepúsculo-, si no a que finalmente cambia algo la expresión de su cara, cosa que no ha logrado en ninguna de las posteriores cintas que ha rodado (a pesar de que muchas eran buenas). La fotografía es tan excepcional que pone la piel de gallina.
—Mi amigo: no sé si quedarme con La Bruja o con esta.
—Yo me quedo con ambas, son totalmente distintas, las dos bellamente grabadas y a la vez igual de tenebrosas, amargas, alucinantes (y alucinógenas), oscuras, pero con un gran mensaje, una dirección digna de un auténtico genio de nuestro tiempo y que sabe llevar a sus actores (tanto en La Bruja como en El Faro) a lo mejor de sí mismos, convirtiendo lo que toca en clásico desde el primer fotograma.