Todo va sobre ruedas, con un hombre cuyo sueño se devalúa y decide patearse lo que haga falta con tal de revalorizarlo y que se embarca en un viaje titánico. Y por el camino sus ansias y ambiciones convierten su autoridad en despotismo, en obsesión homicida; lo pervierten y lo convierten en un monstruo y en un hijodeputa odioso, entre latigazos, estampidas y funerales con un magnífico y amenazante paraje de fondo. Se insinúan futuros duelos que jamás se materializarán.

Pero claro, desde ese momento culminante en el que sus labios sentencian a su hijastro, el conjunto cae en picado. Y en cuanto el personaje femenino (una mujer fuerte y digna...que no duda en arrastrarse desesperadamente por Matt a los 20 minutos de conocerle) aparece en escena todo se va directamente a la mierda. Los indios también asoman el gepeto 5 minutos para volver a recordar que eran ellos, y no los rostros pálidos, los malos del Oeste.
De esta forma, con un reguero de cadáveres a nuestras espaldas, descendemos en espiral hacia uno de los desenlaces-finales más sonrojantes que jamás se hayan ideado.

Qué pena, con lo bien que iba el asunto. Qué pena de final. Menuda puta mierda de final. Si Kevin Costner llega a rodar algo así lo habrían colgado de las pelotas y tendría una nota media de 4,5 como mucho.