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Ema

Drama Ema, una joven bailarina, decide separarse de Gastón luego de entregar a Polo en adopción, el hijo que ambos habían adoptado y que fueron incapaces de criar. Desesperada por las calles del puerto de Valparaíso, Ema busca nuevos amores para aplacar la culpa. Sin embargo, ese no es su único objetivo, también tiene un plan secreto para recuperarlo todo. (FILMAFFINITY)
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Críticas 40
Críticas ordenadas por utilidad
19 de septiembre de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director chileno Pablo Larrain (1976) ha venido con "Ema" a dar un "puñetazo en la mesa"; estos son mis poderes, parece decir. Y lo demuestra con creces en una propuesta arriesgada, de múltiples lecturas en diferentes ámbitos, una mirada inquisitiva, sin prejuicios hacia un futuro abierto y en cierto modo esperanzador que pueda construir sobre las ruinas de los establecido, más libre, que busque vivir por encima de sobrevivir, en manos de una juventud siempre esperanzadora en su rebeldía de turno. Larrain no juzga, observa y se toma su tiempo. Mezcla tonos y ritmos narrativos, mima la luz, el color, el encuadre y la fotografía y compone un caleidoscopio fílmico vigoroso a son de reguetón, El resultado puede ser desconcertante y no siempre apto para paladares más clásicos, donde la excusa de la trama se antoja previsible en un final mucho menos importante que el camino recorrido.

Todo ello se hace carne, alma y movimiento en Mariana de Girolamo que da el salto de la tv a la gran pantalla dejando una inmejorable tarjeta de presentación. Larrain ya nos había sobrecogido con sus miradas al pasado, ahora apuesta con mayor intensidad si cabe por el futuro. 

cineziete.wordpress.com
ELZIETE
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13 de octubre de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La propuesta más radical de Pablo Larraín llega a nuestras pantallas y se incrusta nuestra memoria a través de una historia que nos interroga de manera incisiva sobre la maternidad, las relaciones de pareja y la invisible máquina coercitiva a la que llamamos estado.

Hay quien insinúa que el auditorio que entraba por vez primera a ver Joker en el festival de Venecia estaba aún catatónico y extasiado tras el visionado de Ema. Puedo imaginarlos: conmocionados por la inclasificable obra chilena apuntaban en su cuaderno obviedades que bien podrían haber anotado antes de entrar; “Joaquin Phoenix está espectacular” y otras necedades a medio pensar al tiempo que sus ojos se desviaban fuera de la pantalla; pero de ésta Ema ya había escapado. El jurado, tan aturdido como todos los corresponsales enviados, cometió el error de otorgar el León de oro a la más ruidosa, al tiempo que menos inteligente, cinta del certamen. Es comprensible: cuando la obra de arte te atrapa (porque tarda en agarrar el corazón a pesar de que desde el minuto uno atraviese el cuerpo todo), Joker dice que vivimos en una sociedad, y el público yerra en reconocer a la verdadera triunfadora, a la obra realmente revolucionaria. Se endiosa una reflexión de chichinabo perfectamente prescindible para ignorar aquella que lleva implícita en toda su esencia, inscrita en ella por el mismísimo fuego del sol, algo inefable que, por lo pronto, no ha sido escrito por la privilegiada mente que nos dio Resacón en las vegas.

En el Joker se vio a los incel, a Donald Trump así como al líder de una nueva revolución proletaria. Llega a proyectarse un poco más tarde y de seguro que alguien hubiese convertido al recientemente oscarizado Joaquin Phoenix en Greta Thunberg. Miedo me da pensar qué verían en Ema, la heroica villana de este drama perturbador, aquellos que sufren de miopía conceptual.

La película podría haber sido simplemente un éxito estético, por lo pronto para colgar fotogramas en Tumblr e Instagram. Afortunadamente es mucho más. De Gaspar Noe, por ejemplo, coge lo mejor: jamás llega a ser tan estridente como la provocación que fue Love y es hermana casi melliza de aquella histeria colectiva en la que nos envolvió Climax; tan profundamente están unidas estas cintas que sus temas se entrecruzan y solapan, como si Larraín y el polémico cineasta franco-argentino hubiesen llegado a conclusiones parecidas a través de premisas diferentes.

La apuesta chilena se fue finalmente a casa sin mayor reconocimiento, aunque es seguro que perdura en la memoria de quienes asistieron a esa primera proyección. En ella se hace alarde de un formalismo desatado nada amigo de las sutilezas, construyendo, a golpe de reggaetón, una historia en la que los sentimientos se escapan por entre los barrotes físicos e invisibles de las convenciones sociales y la burocracia estatal. Es la viva imagen de una nueva generación al borde de la auto-aniquilación. Como en la ya mencionada Clímax, el baile expresa, a través de la relación entre los cuerpos, lo inasible del deseo desatado, irracional e incuantificable, para descubrir, muy en el fondo, que (oh, sorpresa) guarda en su interior cierta responsabilidad.

¿Qué les pasa a los jóvenes? Dicen, y Ema contesta: que no encontramos lugar, que nos hayamos dislocados en la búsqueda de la libertad. Y si nada tiene sentido es porque los caprichos (siempre que se hallen dentro de unos caminos acotados) son fácilmente satisfechos. De la represión nace la infeliz infidelidad. Ema conspira para hacer de ella libertad, pura expresión de un mundo diluido, puro acto creador; pura profanación de las barreras que destapan, poco a poco, lo endeble de nuestra limitada existencia. La propuesta es extrema, sí, pero extremo también es aquello a lo que señala.

Sobre unos secundarios de lujo presididos por Gael García Bernal se eleva Mariana Di Girolamo. Ella, más allá de todo elogio, es la personalidad central que mueve los mecanismos de esta historia, demostrando, al igual que la película, que se puede estar por encima de todo galardón.

Ema es la máxima expresión de una serie de largometrajes que, consecuencia del tiempo esencialmente femenino en el que nos encontramos, exigen reconocimiento. Como la argentina Alanis, o hace bien poquito aquí, en nuestro país, con La hija de un ladrón, la realidad social de las mujeres del mundo entero comienza a tener relevancia en la pantalla y, más importante todavía, en el panorama cultural del imaginario colectivo. Quizá la que hoy nos ocupa apunta de manera más drástica y apabullante a la necesidad de un proyecto radical que busque la afirmación del sujeto femenino donde y cuando sea. Ema y sus amigas representan el deseo sin límites y la coyuntura férrea de quienes prefieren ver el mundo arder antes que ceder un solo centímetro conquistado. No es casualidad que nuestra protagonista, profesora de baile, diga que enseña libertad; y no solo de la que se piensa, sino de la que también se ejerce. Esta histeria videoclipera a través de la cual nos dicta su lección es, en sí misma, una muestra de la más libre manifestación artística, y por ello mismo se convierte, para mí, en la mejor película del año.

En definitiva, se trata de huir de los dualismos arcaicos que tan bien le han funcionado al Joker. Aquí ya no existe la oposición entre lo mentalmente sano y la locura; ya se ha desechado la fe agonizante en la “lucha de clases”. Ahora, tras la impotencia, surge una fuerza imparable que arrasa con todo lo que encuentra a su paso, rompiendo cualquier esquema existente que la intente abarcar. Queda claro: el reggaetón las hará libres; el baile las hará libres; el sexo, las drogas, el amor o la maternidad las harán libres. Y más vale, porque si no reducirán todo a cenizas.


Escrito para Infodiario.es:

https://infodiario.es/cultura/cine/ema-y-la-libertad-real/
Pablete Rural
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8 de enero de 2021
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Viernes, 8 de mayo de 2020. Era inevitable que en mitad del confinamiento alguna película lograra arrastrarme delante del portátil para que mis dedos galopasen de nuevo sobre las teclas, presos de esa furia refulgente que nos posee cuando asistimos a cualquier espectáculo que nos conmueve. Ema, la octava película del chileno Pablo Larraín, ha sido la culpable. Guilty pleasure en toda regla cuyo único pero es no haber podido disfrutarla en una sala de cine por culpa de este maldito virus que nos acecha. Historia arriesgada tanto en lo formal como en lo argumental que supone el proyecto quizá más personal —e imprevisible— en la fulgurante carrera del cineasta chileno. Nada podía presagiar que su siguiente proyecto, tras el salto a la Meca del cine con Jackie, fuera esta lúcida apología del reguetón rodada entre agosto y septiembre de 2018 en Valparaíso.

Larraín se apoya en el magnífico trabajo actoral de la magnética Mariana Di Girolamo para erigir un prodigioso relato feminista cimentado en la urgencia de lo cotidiano, la calle, el baile… Todo ello impregnado de la viscosa sexualidad que exuda un género tan vilipendiado como simbólico. «El reguetón es la vida y yo te la bailo. Es un orgasmo y yo lo puedo bailar», asevera una de sus protagonistas en un momento del filme. Bailarinas como Ema, quien vampiriza todo lo que toca hasta hacerlo arder ante nuestros ojos. La mirada cómplice del espectador subyugado ante un sol termonuclear que provoca incendios espontáneos. El tremendo rompecabezas argumental que supone la primera hora de película logra ordenarse en su segunda parte a partir de una narración más reposada, menos visceral. Aunque en esta parte del metraje el cineasta opte por ofrecer algunas concesiones, eso no significa que nuestra atención decaiga. Al contrario, las pinceladas de poesía engranan a la perfección con la estética urbana, descarnada, dotando al conjunto de una profundidad que supera posibles imposturas. La reivindicación de este feminismo combativo, en ocasiones nihilista, se apoya de manera decisiva en las presuntas señas de identidad reguetoneras. Larraín, como su protagonista, se libera en el rush final —el rompecabezas no era tal— sin traicionar ninguno de sus principios para resultar más accesible al gran público. Puedes odiarla o amarla, pero Ema no te deja indiferente.

Apoyado en la sobresaliente fotografía de su habitual colaborador Sergio Armstrong, Larraín nos deja en Ema un buen puñado de imágenes icónicas. Esos planos nocturnos del final del verano en Valparaíso, con las calles ardiendo —no solo metafóricamente— contrastan con la aparente languidez de las secuencias matutinas, marcando de forma deliberada una diferencia entre los personajes y sus motivaciones. El duelo interpretativo entre Mariana Di Girolamo y Gael García Bernal se construyó a partir de diálogos improvisados, la mayoría de ellos plagados de violencia soterrada y una opresión constante. La banda sonora cuenta con tres composiciones ex profeso que contribuyen al ‘perreo’ y por el minimalista score del compositor neoyorquino de ascendencia chilena Nicolas Jaar se cuelan a lo largo del metraje los trinos de multitud de aves que nos recuerdan constantemente esa ansiada libertad (generacional) por la que lucha Ema.
mantaypeli
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28 de enero de 2020
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ema no es un film para todos los públicos. Requiere de una mirada despojada de prejuicios, dispuesta a dejarse llevar, a cuestionar muchos de los límites que todos tenemos aunque en muchos casos no seamos conscientes de ello. Es un personaje que va años por delante del "empoderamiento femenino" del que ahora se habla. Es una historia de personajes complejos, más oscuros que claros, incoherentes a veces, pero que transpiran autenticidad.

La interpretación de Mariana Di Girolamo es espectacular. La música de Nicolas Jaar y el reguetón envuelven toda la historia. La electrizante fotografía de Valparaíso aporta una potente estética visual. El uso del fuego, la danza, el sexo como elementos de liberación y la total modernidad con que se mueve el personaje protagonista entre géneros y opciones sexuales son dos de las mejores bazas del film.

Un film quizás no redondo, pero admirable por lo arriesgado y necesario por lo disruptivo ante tanto producto plano y gris en la era de Netflix. Delicatessen para quien sintonice con el universo que plantea.
Mauri
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5 de febrero de 2020
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ema está dirigida por Pablo Larraín y, para empezar, conviene decir que no está dirigida para cualquier tipo de público. Es buen cine, pero está lleno de imágenes que chocan con lo que un espectador casual acostumbra a ver. Es reflexiva y profundamente aterradora en la manera de ver el mundo que tiene Ema (Mariana di Girolamo). Ella y su pareja (Gael García Bernal) se dedican al baile, pero la adopción de un niño, y su fracaso al criarlo, los ha llevado a tener que devolverlo y afrontarlo. Los diálogos entre ambos son demoledores, como también lo es el plan que tiene ella para recuperarlo todo.

A ritmo de reguetón, de excesos con la bebida y de amplitud sexual de miras, Pablo Larraín nos presenta una película emocionalmente dura por su contenido. Todo eso es gracias a su actriz, Mariana di Girolamo, quien conquista la pantalla y nos hace sentir todo tipo de emociones. Potencial visual, una banda sonora que llega a asfixiar y unos diálogos tremendos, arriesgados y en ocasiones surrealistas nos dejan caer que el chicleno Pablo Larraín es un director al que conviene seguir muy de cerca. Su sello es tan personal que deja huella imborrable en el espectador. Podrá gustar más o menos su propuesta, pero no se olvidarán.

En definitiva, EMA es una buena sorpresa para el cine. Una propuesta tan personal como arriesgada, visual, musical e interpretativamente potente. La mayoría saldrán del cine sin entender lo que han visto, pero su desenlace es tan escalofriante como revelador. Pocas veces se sale de la sala de cine tan interesado con una película como con esta. No apto para cualquiera, pero muy recomendable para amantes del buen cine.
XuCoOo
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