El mago

Aunque no se encuentra entre las más destacadas obras maestras del director sueco Ingmar Bergman, "El Rostro" es un plausible film coral dotado de una intensa imaginería que manifiesta una fuerte influencia expresionista en su fascinante y expresivo empleo de luces y sombras.

Es un relato de atmósfera lóbrega y enrarecida con alambicadas presunciones intelectuales que toma como base la disyuntiva entre ficción y realidad, entre apariencia y verdad, entre ilusión y desesperanza en una sugestiva historia llena del cripticismo típico de su autor.

Las caretas sociales o la muerte son otros de los temas abordados por el cineasta escandinavo en esta película de ambiente gótico en la que incluso hay lugar para algunos momentos muy curiosos de cierto humor libidinoso e impúdico.

Las interpretaciones de todo el reparto son extraordinarias, destacando especialmente un soberbio Max Von Sydow, cuya presencia como Doctor Vogler resulta verdaderamente hipnótica e inquietante.

Vuelvo a repetir que no me gustan este tipo de obras de Bergman. Mis tres compañeros de crítica han expuesto con brillantez los motivos que les llevan a otorgar glamour a un film que para mí no lo tiene. Con independencia de lo que pueda aburrir al mortal más común, lo cierto es que el rostro y valga la redundancia, nos muestra el rostro más bello no que haya visto ya en un cine, sino en la vida (Ingrid Thulin). Enamorarse de esa mujer creo que cuesta menos de un microsegundo. Sus facciones guardan una simetría perfecta. Su boca es un caramelo, sus labios fuego que proviene del infierno, su mirada helada descompone al corazón más enfermizo. Un pedazo de sueca.
Ah, la película? Bueno... ni bien ni mal, ni fu ni fa, ni pa ti ni pa mí. Aburre y carga a la vez que tiene algún toque surrealista que es de mi agrado. La fotografía, estoy de acuerdo, nítida y con muchas luces y sombras. Lo que me ocurre con este tipo de films de Bergman es que me dan ganas de volverme a ver la trilogía de los anillos para que mi cerebro vuelva a ser tan superficial y ambiguo como de costumbre. Un saludo.

A mediados del siglo XIX una compañía de artistas ambulantes comandada por el enigmático doctor Vogler (von Sydow) va a parar a una ciudad dónde serán el blanco de burlas y humillaciones, pidiéndoles una representación...
Una espléndida película, practicamente una obra maestra del genial Bergman, que trata con soberbia inteligencia y magnífico uso del lenguaje cinematográfico y/o teatral, compaginando ambos en una armoniosa relación, de la impostura, los dobles fondos, el engaño y la ambigüedad, con el espejo, el rostro, deformante y pesado de la muerte sobrecogiéndolo todo. La película se cierra en un inusual final feliz pues es una obra de genial y muy triste atmósfera de pesadilla y misterio.
Maravillosas creaciones de los actores, espléndida fotografía de Gunnar Fischer y un film, en suma, memorable.

Esta es una gran película de Bergman, aunque no una de sus obras maestras. Por supuesto, tiene gran interés y una bella fotografía en blanco y negro (habitual en el director sueco).

Con una mezcla entre lo real y lo fantástico, la película es una exploración de la naturaleza humana. Toda la atmósfera es inquietante y lúgubre, especialmente la escena del desván , en la que el Dr Vergerus es acosado por un supuesto espectro (Vogler).

A diferencia de otras películas, en esta sí abundan escenas de humor y eróticas, así la relación entre el charlatán y la cocinera , o la criada y el joven cochero.

En el reparto, actores habituales en la filmografía de Bergman: Max Von sydow, Ingrid Thulin, Bibi Andersson o Gunnar Björnstrand.

Película compleja, profunda, pero también liviana y por momentos divertida. Ingmar Bergman crea un ambiente disparatado, inquietante, en donde subyace un peculiar sentido del humor: el suyo. Los temas que preocupan a Bergman están presentes en ella, aunque a veces se ocultan a nuestra mirada: el miedo a morir, el propio sentido de la vida, la disputa permanente entre la razón, la religión y otras creencias basadas en la fe, en la superstición y en lo irracional. Todo eso lo adivinamos a través de imágenes poderosas, parlamentos de dudoso significado, reflexiones y monólogos de los personajes cargados de la artillería ideológica habitual del maestro.

El cine, las artes escénicas, la magia y el espectáculo de las apariencias adquieren un protagonismo especial.

Bergman en esta ocasión elige a unos estrambóticos personajes –unos cómicos que actúan frente a las autoridades locales, que les admiran y desprecian al mismo tiempo- para hablarnos a su manera de todo eso. Y crea una situación entre lo absurdo y lo real, entre la vigilia y el sueño, que deriva a veces en interpretaciones y encuadres expresionistas. La fotografía y todos los demás elementos son, por supuesto, excelentes.

La película se ve sin entusiasmo, pero con un interés mantenido. En ese interés interviene el hecho de que al director le damos a estas alturas una especie de cheque en blanco. En su momento, sin tantas referencias, la película desconcertó, como no podía ser de otra manera. Nosotros tenemos la oportunidad de verla enmarcándola en unos parámetros cinematográficos que conocemos y admiramos. Por eso nos gusta descubrir en el discurso del director sueco alguna que otra certeza, que proviene más del conjunto que conocemos que de lo que tenemos ante los ojos. No sabemos muy bien lo que nos quiere decir, pero seguro que es algo profundo… y mejor explicado en otra de sus películas.

A Buñuel le parecían ridículos los “cazabuñueles”. A Bergman tal vez le pasaba igual.